Mi último sueño palomitero se desarrollaba en una epidemia asesina-jovenzuelos supercontagiosa. Yo "y unos cuantos" habíamos convertido el garaje comunitario de mi urbanización en un búnker de supervivencia bastante eficaz. Los allí presentes eran casi todos viejos porque éstos eran más resistentes a la enfermedad -merced a alguna norma onírica capaz de desafiar a los preceptos naturales-. Dado que las calles habían quedado semidesiertas por la gigantesca crisis poblacional no teníamos muchos problemas, pero de vez en cuando me tocaba salir a hacer rondas de vigilancia armado con una escopeta recortada, preparado para dejar como un queso gruyer a cualquiera que tuviera síntomas de estar enfermo.
En un determinado momento previo al desenlace aparecían una madre y su hija en busca de refugio, pero las hacíamos esperar fuera un montón de horas por si empezaban a manifestar los síntomas.
Al final recibimos la noticia de que la enfermedad ha sido erradicada de la ciudad y abandonamos el garaje con precaución. Comenzamos a entrar en contacto con los supervivientes de otros refugios, que también son ancianos casi en su totalidad. En un
plot twist de última hora veo cómo se me acerca un señor desconocido de unos sesenta años. "¿Esteban?", me pregunta. "No, se ha confundido", le contesto. Entonces veo que tiene una pistola y se le desquicia la mirada. Primero me apunta a la cara y creo que va a disparar, pero entonces echa a correr y, tras alejarse unos metros, se descerraja un tiro a sí mismo a través de la boca.
Un montón de gente se reúne en torno al cadáver, preguntándose qué ha pasado. Varios señores intentan mantener a los curiosos tranquilos y alejados de la truculenta escena, pero entonces aparece Julianne Moore haciendo de un personaje nuevo (parece que mis sueños cada vez tienen más presupuesto para el elenco actoral); es una mujer cariacontecida, de mirada nerviosa, que me cuenta que está buscando a un hombre necesitado de medicación y a su hijo Esteban, y de pronto me siento muy mal. Le cuento a Julianne Moore que su marido se acaba de suicidar y que no conozco a ningún Esteban, y entonces ella queda en shock y se aleja tambaleándose por donde ha venido (la esquina de la frutería, que saben los dioses manes qué perturbador significado puede tener en mi subconsciente).
El sueño acaba con una panorámica de la calle llena de viejos y ni un sólo joven exceptuándome a mí. Entonces empiezo a discurrir sobre la gesta que supondría repoblar la tierra, pero como de costumbre el sueño se acaba justo antes de ponerse picantón.
Cita:
Iniciado por rayser
Aprovechando la confusión del resto de demonios me los cargo a mordiscos, hasta que tras uno de los bocados aparece un humano de las tripas del demonio, por lo que acabo potando y dejo de comer demonios
|
Simple y llanamente maravilloso.