Tengo la sensación que,
al final, cuando se acaben las excusas y los subterfugios, cuando la farsa haya de caer y no tenga con qué más escudarme ni a dónde correr (el futuro, ¡oh, oh!), entonces acabaré con todo yo mismo. Y es que, viéndolo en perspectiva, es apenas obvio; contadas son las veces en las que, por meros artilugios, no he sido lo que soy: una apuesta perdida.