Nací hace varios años en una familia poco convencional, mi madre tenía 17 años y vivía con sus padres que eran muy estrictos y anticuados. En vez de esperar a cumplir un año más y poder emanciparse, decidió tener un hijo para irse a vivir lejos de ellos. Eligió a un joven inseguro y soñador (mi padre) al que poder manejar fácilmente y así poder llevar a cabo sus planes, así fue como nací yo.
Aun hoy en día no puedo dejar de reprocharle que me usara sólo para conseguir algo y que, como era de esperar, no me diera el calor y el afecto que todo niño necesita para crecer. También podría echarle en cara las palizas y las humillaciones a las que me sometía de pequeño pero creo que ya nos hemos hecho mucho daño mutuamente y ahora es mejor olvidar.
Mi padre tampoco ayudaba, pues apenas era poco más que un muñeco que sólo aportaba su presencia, un calzonazos que se dejaba manipular por ella. Quizá es por eso por lo que siempre he odiado tanto a las personas inseguras y sin carácter aunque luego acabara siendo yo una de ellas.
Recuerdo poco de mi infancia, sólo que fue muy solitaria y relativamente feliz. Los problemas vinieron después, en la adolescencia, donde empecé a mostrarme rebelde e inadaptado. Elegía entre todas las compañías las peores posibles para quizá, encontrar así la seguridad que mis padres no supieron o no quisieron darme. Con apenas 16 años comencé a consumir drogas y alcohol, a robar y a hacer daño a la gente sólo para divertirme. Me sentía superior a la gente actuando de forma violenta e imprudente y, lo peor de todo, es que no tenía ninguna intención de cambiar a pesar de que no era feliz. Reconozco que hice algunas cosas malas de las que ahora me arrepiento pero también reconozco que ahora he empezado a comprender a ese chico y los motivos que le empujaban a actuar así.
Fueron pasando los años y me hice mayor hasta que, un día, caí en una depresión terrible de la que aun no he logrado recuperarme. Antes actuaba inconscientemente llevado por el odio y no me planteaba lo que estaba haciendo pero una mala experiencia me hizo ver las cosas desde otra perspectiva, desde el punto de vista de las personas a las que hacía daño y me di cuenta de que estaba actuando de igual manera que mi madre lo había hecho conmigo. Desde aquel momento empecé a sentir asco de mi mismo. Me encerré en casa durante varios años y no salí de mi habitación más que para lo estrictamente necesario. Dejé de ver a mis "amigos", a mi familia y a la poca gente que me quería sintiendo enormes deseos de acabar con mi vida.
Así, en la más triste soledad, fui malgastando mi juventud no relacionándome con nadie y saliendo de casa sólo para trabajar y comprar drogas que me ayudaban a evadirme de la realidad (en esa época sólo me relacionaba con mi camello). Descubrí muchas facetas de mi mismo que antes siquiera había imaginado, comencé a ser, y aun hoy lo sigo siendo, completamente incapaz de mirar a nadie fijamente a los ojos sin sentirme culpable, descubrí que no podía mantener una conversación normal con la gente, y mucho menos con una mujer, ya que enseguida afloraban miedos y dudas que me hacían mostrarme torpe y antinatural. Empecé a emparanoiarme con lo que la gente pudiera pensar de mi y desconfiaba de todo el mundo, lo cual provocaba su recelo y creaba una espiral que me alejaba aun más del mundo. Comprendí el inmenso dolor que causa el ser rechazado y ser tomado por un loco, el daño que hacen algunas miradas y algunos gestos, el ser ridiculizado y el ver como, poco a poco, la gente se va alejando de ti porque les provocas miedo o confusión. Comencé a cosechar lo que una vez había plantado y al dolor de la culpa se le añadió otro nuevo que era el de la soledad.
A pesar de todo, hubo personas que trataron de ayudarme, en especial una chica a la que amaré incondicionalmente mientras viva y algunos pocos amigos, pero mi problema era superior a mi y al final acabé arremetiendo de nuevo contra ellos perdiéndolos para siempre. No les culpo, ya que seguramente yo habría hecho lo mismo.
De nuevo sólo y sin saber muy bien que hacer ni adonde ir, comencé a reconocer que el problema que tenía no era algo pasajero y que necesitaba urgentemente ayuda. Me pasé varios años recorriendo psicólogos y terapias alternativas que prometían soluciones rápidas y eficaces a cambio de grandes cantidades de dinero. Cientos de veces les conté mi triste vida a aquellos chupasangres mientras ellos tan sólo me miraban con gesto indiferente y me recetaban pastillas que no servían para nada.
También intenté cambiar por mi mismo, estudiándome, analizando cada comportamiento, cada sensación e intentando averiguar las causas del problema. Practicaba meditación, leía libros de psicología y cambiaba mi personalidad continuamente probando diferentes maneras de actuar ante la gente con relativo éxito a veces, pero nunca fui capaz de librarme de la melancolía y la tristeza que me provocaban y al final siempre fracasaba. Después de esta mala experiencia perdí la poca fe que tenía y arrojé la toalla, no tuve más remedio que aceptar el hecho de que seguramente nunca podría volver a vivir en sociedad.
Hoy en día no tengo a nadie, sólo mi familia se acerca a mi en momentos muy señalados y algún conocido que alucina con mis constantes cambios de humor. Poco a poco me voy acostumbrando a esta nueva vida que me espera y, voy logrando al menos, superar el odio que siento hacia el resto de la gente. Debido a que me estoy haciendo mayor supongo, he dejado de ser rebelde. Ya no sueño con una vida normal y considero que la felicidad está vetada para mi, sólo me queda la resignación e intentar afrontar mi situación de la forma menos traumática posible.
Para acabar y por resaltar algo positivo diré que al menos he aprendido, aunque sea a la fuerza, el dolor de la gente cuando es humillada y ya hace tiempo que me prometí a mi mismo no volver a hacer nunca daño a nadie bajo ninguna circunstancia. Creo también que el destino me ha hecho pagar con creces el castigo que merecía y ahora intuyo que mi condena está llegando a su fin. Sólo anhelo dos cosas: volver a ser una persona normal (cosa que sinceramente dudo que suceda) o que me lleve la muerte porque estoy convencido de que allí detrás hay algo esperando y se que tiene que ser bello y maravilloso. Espero que nos veamos allí.
Un saludo y gracias por leer mi historia.
Raúl
Setiembre 2005