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Primero la desidia y la pereza me invaden. Rondo por mi habitación intentando juntar motivación, lucho contra mis ganas de quedarme tirado en la cama. Los calcetines, el pantalón, las zapatillas, la camiseta, todo me lo pongo con desgana. La una. Buf! falta un cuarto de hora para empezar a sufrir, necesito algo de droga para darme ánimos. Un café y un pitillo, tengo que dejarlo, siempre que fumo pienso que tengo que dejarlo. La una y cuarto, es inevitable, es la hora, se acabaron las excusas. Bajo las escaleras hacia mi condena, la máquina que me la va hacer cumplir me espera, blanca, de frío acero, diseñada para que mis pies y mis manos encajen en ella y que mi cuerpo adopte la postura ideal para la sesión de tortura diaria.
Arranco con fuerza, estoy rabioso, voy a sufrir. Los primeros cinco minutos no sucede nada, son la calma que precede a la tempestad. Mis piernas y mis brazos hacen el movimiento sin esfuerzo, mecánicamente. Pero inevitablemente empieza el calor, poco a poco y cada vez más. Llega el asqueroso sudor, me empapa la cara, el pecho, la espalda. Me seco la cara con la camiseta, es inútil, cada vez sudo más y el asqueroso fluido cae en gotas al suelo.
La tortura sube un nivel más. Mis brazos, mis piernas, dolor. Cada vez me siento más débil, cada paso cuesta su precio en dolor. Lo quiero dejar, pero el cronómetro es cruel, me quedan 10 minutos de agonía. Y ahora viene lo mejor, la garganta se pone tan seca como la superficie del Valle de la Muerte, la respiración se acelera, jadeo buscando más aire, abro la boca, un pez ahogándose fuera del agua. Más calor, más dolor, menos aire, lo voy a dejar, voy a parar. Miro en cronómetro, falta un minuto. Aguanta, gordo, aguanta, la belleza tiene un precio y lo estás pagando ahora mismo. Vas por el buen camino que te llevará a poder comprar ropa en tiendas normales y poder quedarte desnudo ante una mujer sin sentirte escoria.
Suena la alarma que marca el fin de la sesión de sufrimiento, me tiro de la máquina de tortura, me tumbo en el suelo, el dolor cesa, resoplo como una máquina de vapor cascada, mi cara está colorada y me arde, ectolitros de sudor mojan las baldosas. Sonrío, hoy he pasado la prueba, mañana haré cinco minutos más.
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