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Antiguo 05-jun-2011  

Aristóteles decía que la amistad es lo más necesario para la vida. Eso sí, cuando es verdadera. «El auténtico amigo es el que lo sabe todo de ti y, aún así, sigue siendo tu amigo», opinaba Kurt Cobain, ducho en desengaños. El asunto ha sido objeto de análisis teóricos desde siempre porque también desde siempre los vínculos de camaradería han operado como motor social. Pero, sobre todo, determinan en buena medida el grado de felicidad de un ser humano. El problema es que la sociedad moderna, a menudo, es poco compatible con el cultivo de las relaciones personales. Esta realidad aparece reflejada en el último estudio sobre 'Condiciones de vida' del Instituto Vasco de Estadística (Eustat), donde se revela que uno de cada nueve vascos reconoce no tener amigos. Ni uno. Y tampoco se relaciona con sus vecinos. En concreto, los solitarios son un 11,3% de la población.
Lo preocupante del informe no es solo ese resultado, sino la tendencia ascendente del fenómeno. Hace dos décadas, quienes se encontraban en esta situación sumaban el 6,7% de la población. Es decir, en veinte años casi se ha duplicado el número de personas que carecen de un hombro sobre el que llorar.
«Que el aislamiento crece es una tendencia generalizada en las sociedades modernas», admite Enrique Morán, responsable de estadísticas sociodemográficas del Eustat. Las relaciones «de primer nivel», las más íntimas, «son más limitadas», mientras que «adquieren más importancia las relaciones secundarias», más superficiales, como por ejemplo las que se generan en el trabajo. Los horarios, el enloquecido ritmo de vida, el urbanismo apelmazado... Muchos son los factores que inciden en esta deriva. «Ahora es difícil encontrarse con vecinos en casa; uno ni conoce al que vive enfrente», apunta Morán. «La vida comunitaria de pueblo que había antes ya no existe», lamenta.
En realidad, donde no existe es en las ciudades. En este sentido, el estudio revela importantes diferencias entre los tres territorios vascos. En Vizcaya, el más urbano, los solitarios son el 15% de la población, frente al 7,3% de hace dos décadas. En Álava están en la media y representan el 11,3% (subió desde el 7%). Y en Gipuzkoa, la provincia en la que más peso mantiene el mundo rural, donde más personas viven en pueblos de dimensiones manejables, apenas el 5% dice estar solo; un porcentaje similar -incluso algo menor-que hace veinte años, cuando era el 5,4%.
Más relaciones superficiales
«En las grandes ciudades se genera más anonimato, hay más dificultades para relacionarse», constata Ander Gurrutxaga, catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco (UPV). «El núcleo duro de la amistad, la gente cercana, se reduce» mientras crecen las relaciones superficiales. Es algo propio de las sociedades tan urbanizadas. Por un lado nos encerramos en nuestras casas; pero, por otro, «necesitamos de más gente para disfrutar del ocio, así que muchos están dispuestos a tomar copas con quien haga falta con tal de no estar solos».
En cualquier caso, no hay que echar toda la culpa del creciente aislamiento al urbanismo y los hábitos sociales. También apunta Gurrutxaga hacia el envejecimiento de la población. «Cuando uno tiene 20 ó 25 años y está todo el día fuera de casa, tiene la sensación de contar con muchos amigos; pero cuando es mayor y ha ido perdiendo relaciones a lo largo de los años, el riesgo y la sensación de soledad son mucho mayores», apunta el catedrático. Y en las últimas dos décadas se ha disparado el número de vascos mayores de 65 años: en 1991 había 271.000 -el 12,9% de la población- y en 2009, 409.000 (el 18,9%).
Por otra parte, hay quien vuelve la vista hacia los nuevos modos de comunicación como otro de los factores que propician el aislamiento. «Hay muchos chavales que van al psicólogo porque se sienten solos, no tienen amigos», señala el antropólogo Jesús Prieto Mendaza. Lo curioso del asunto es que en sus perfiles sociales de internet tienen cientos de amistades. «Desde la irrupción de las redes amicales virtuales se ha generado un cierto grado de imposibilidad de actuación en el mundo real. Puedes tener a miles de amigos en la red, pero si te encuentras con uno en el ascensor ni sabes qué hacer», razona.
Es difícil saber si todo ese mundo virtual es el que condiciona las relaciones sociales, o si es la falta de contacto en el mundo real el que propicia la eclosión de las redes de internet, a donde no sólo se acude en busca de amigos, sino también de pareja. En realidad, todo esto encierra sugerentes contradicciones. El antropólogo pone un ejemplo: hace años, uno hacía un viaje en autobús, por ejemplo a Madrid, «y te pasabas el rato hablando con alguien. Al final, conocías casi toda la vida de tu compañero de asiento». Ahora no. «Te pones un pinganillo para ver la película de vídeo o estás con el ordenador portátil, conectado con 50.000 personas en lo virtual pero sin mirar a quien tienes al lado».
Prieto Mendaza recuerda el concepto 'sociedad líquida', acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman. «Se trata de aquella individualista, aferrada a lo tecnológico, en la que conceptos como el amor o la amistad están sufriendo grandes transformaciones». Nadie sabe hasta dónde llegaremos, pero sí hay síntomas de cierto hastío que en las últimas semanas son visibles. Por ejemplo, en el movimiento 15-M, los 'indignados'. «Lo que están reivindicando es el ágora griega, el espacio común para la relación, contra el individualismo. Se hacen asambleas, debates... Esto es una novedad», se felicita el antropólogo.
Un refugio seguro
De manera paralela a todo lo anterior se está produciendo un fenómeno aparentemente contradictorio: hay más contactos familiares. Según el estudio del Eustat, el 87,7% de los vascos dice mantener una relación «intensa» con la familia más próxima, frente al 69,1% de hace dos décadas. ¿Cómo es posible esto en una sociedad cada vez más individualista? Como siempre, no hay una sola explicación. Enrique Morán, el responsable de estadísticas sociodemográficas del Eustat, recuerda en primer lugar que «ahora en el País Vasco hay mucha menos gente de fuera. Hace veinte años, sobre el 45% de la población había nacido en otras comunidades autónomas, por lo que la relación con la familia era difícil. Hoy solo supone el 25% del total».
Sin embargo, el sociólogo Ander Gurrutxaga apunta hacia un fenómeno más próximo: la crisis económica y la situación de necesidad o inseguridad que genera. «En estas condiciones, hay más carencias tanto afectivas como materiales, de manera que uno tiende a agarrarse a las instituciones que sabe que nunca le fallan». Es decir, la familia. «En todos los estudios que se han hecho en Euskadi aparece como el gran tótem, la institución clave y fundamental en nuestra sociedad». De la que, eso sí, muchos solo se acuerdan cuando llegan los apuros.
 
Antiguo 05-jun-2011  

Fuente, porfi.
 
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Yo lo veo al reves, en los pueblos es mas dificil comunicarse, en las ciudades hay mas oportunidades de hacerlo.
 
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