Mientras hacía el backup de mis archivos más importantes a un pen-drive, en vista de que mi vieja PC amenaza con tomarse el retiro definitivo y ya nunca volver a encender, encontré un misterioso archivo .doc de nombre: "Sin título 1".
Al abrirlo, me topé con un texto que escribí hace un tiempo, una historia que tenía en mente por aquellos días pero que nunca más me dediqué a continuar.
Al leerlo sinceramente me parece una redacción bastante mediocre, pero no importa. Si alguien desea continuar con la historia adelante; en esos momentos la idea pintaba para largo, pero ahora ya no tengo la inspiración ni el tiempo necesarios.
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¿Qué podía hacer, más que luchar?
Se incorporó, y tomó su espada. Llevaba ya puesta la armadura, insufriblemente pesada para el común de los hombres. El casco estaba a un lado del escudo, en el suelo. Se agachó lentamente, apoyó una rodilla en la tierra mojada por la lluvia del día anterior. Cubrió su cabeza con el yelmo y extendió su brazo para tomar el pesadísimo escudo que con sorprendente ligereza acostumbraba llevar. Mientras lo levantaba resonaba en su mente la frase que él mismo se había repetido tantas veces antes: “¿Que otra cosa puedo hacer, más que luchar?”.
Lo único que recordaba era que, durante la carga, la última ráfaga de flechas enemigas había herido de muerte a su caballo, lanzándolo a él con violencia al suelo. Debía haber perdido el conocimiento durante un tiempo...
Ahora se levanta, y mira al horizonte. La batalla hacía tiempo que había comenzado, y las bajas de ambos bandos eras catastróficas. El suelo estaba poblado de cadáveres, que se hundían en los lodazales que minaban el campo. Su línea de vanguardia estaba deshecha, al igual que la del enemigo. Todo era un caos, los generales perdieron el control y ya no había lugar para la estrategia. El combate había devenido en una febril carnicería de proporciones descomunales.
Su corazón se agita poco a poco, mientras comienza a acercarse a la lucha a paso ligero. Mientras más se acerca, el olor de la sangre se hace más y más notorio. Aquello despertaba en él esa emoción tan conocida, sus músculos se tensan. Los gritos se oyen cada vez más fuerte, uno de ellos le eriza la piel.
A pesar del caos, los enemigos se diferencian con facilidad. Esos seres inmundos no son humanos...
Estaba a pasos de una de las bestias, cuando lanzó un grito que estremeció hasta los huesos a la infortunada primera vícima. Emprendió la carrera, todo el peso de su armamento no le impedía correr a gran velocidad. La espada es ahora una extensión de su cuerpo; siente a través de ella el deseo incontrolable de hundirla en el cuerpo del enemigo, desea sentir los órganos destrozados al retorcerla dentro, los mienbros al ser mutilados. Su espada deseaba, necesitaba sangre... y él se la procuraría.
La bestia apenas alcanza a voltear la cabeza antes de que él le atraviese el cuello de una estocada. Siente como las vértebras se separan entre la hoja de la espada, mientras que en su rostro, oculto bajo la visera, se dibuja una sonrisa perversa.
La furia tenía comienzo.
A diferencia de las bestias, que pierden todo juicio cuando se encuentran enardecidas de ira, él permace en todas sus facultades. Sus habilidades se incrementan, sus sentidos se agudizan. En lugar de reaccionar torpemente, sus movimientos son calculados a la perfección.
Sus enemigos le conocían y le temían profundamente. Su apariencia destacaba del resto de sus aliados; su tamaño era notoriamente mayor, su sólida armadura negra no brillaba como las corrientes. Pero sobretodo, le distinguían por el penacho rojo que llevaba en el yelmo. Cuando lo veían, sabían que Kрвë Yевкrа “El Derramador de Sangre”, estaba presente en el campo de batalla...
