Hola a todos... hace mucho tiempo que no entro por aquí, pero llevo más de un mes con ganas de hacerlo. Vuelvo a estar hundido, perdido, confundido, y era prácticamente una necesidad, para qué engañarme, dejar aquí unas palabras. Siempre he tenido la duda sobre si soy o no FS y estoy en una de esas etapas en la que lo doy por seguro. No puede haber otra explicación a mi permanente inestabilidad, a mis ganas constantes de esconderme y al mismo tiempo de mostrarme para intentar convencerme que no necesito esconderme. Vaya paradoja, pero ¿tenéis esa sensación, verdad? Por lo que he leído de muchos de vosotros, creo que sí.
En mi caso, y no sé si también en alguno de vosotros, mi FS tiene unas consecuencias nefastas a nivel laboral. Me examina cada día, casi cada hora de mi trabajo. Y muchas veces, como ahora, termino exhausto, rendido, con ganas de desaparecer de este mundo. Soy periodista, lo que significa que estoy expuesto diariamente al complejo arte de la comunicación. Con un atenuante: soy periodista de prensa, con lo cual la mayor parte del peso de mi trabajo, afortunadamente lo ejercito con las teclas. Pero mi profesión debe llevar implícita esa utopía llamada "habilidad social". Y ahí, como supondréis, me pierdo. Cada visita al despacho del director, del subdirector, de un compañero... supone una exposición de mis miserias. Imaginaros en las ruedas de prensa, aunque para ser sincero es un tema en el que he progresado algo: me obligo a hacer una pregunta y casi siempre la hago. Pero es una dinámica distinta a la anterior. Ir al despacho de un superior o recibir su visita en la redacción, ante el resto de mis compañeros, es un auténtico suplicio. Y casi siempre termino mostrando mi bloqueo: me tiembla la voz, me precipito al hablar, no sé cuando terminar la conversación... Esto mismo me ocurre, naturalmente, en otras facetas de mi vida social: encontrarme a algún conocido en un restaurante, en la calle... Lo curioso es que en mi vida, y por lo que veo también os ocurre a algunos de vosotros, hay dos tipos de personas: las que me asustan y las que no, las que me hacen sentir inferior y las que me hacen sentir superior. Es curioso, pero ahí está el problema. Hay compañeros o personas que pueden dirigirse a mí sin que yo me bloqueé o ruborice; con los otros, me sale aquello de "tierra trágame". Y entonces me pregunto por enésima vez, ¿qué me está pasando? ¿por qué? Ya sabéis a qué me refiero.
Hace no mucho probé un gran desafío: ir a unas tertulias de radio. Lo pasé mal, pero al principio lo superé. Y Dios mío, que maravilla verse capaz de superarlo. Durante un par de meses, me compensó el sufrimiento. Sólo el hecho de hacerlo (cuando lo haces, ocasionalmente ves que todo es más fácil de lo que parece) me hacía sentir el hombre más feliz del mundo. Hasta que pasadas unas tertulias, empecé a dudar de mí mismo. Ese poder autodestructivo que nos caracteriza me llevó a la derrota. Un par de veces me quedé bloqueado, con la voz temblando, y oh dios! Enseñé mis miserias al resto de tertulianos, así que una vez empecé con el círculo vicioso dejé dejarlo....
Luego he tirado hacia adelante en mi trabajo, pero con esa losa de sentir una nueva derrota en mi vida. No superé aquel reto. Y aquí sigo. Con mi trabajo, con 40 años (el día que mi mujer me preparó una fiesta sorpresa lo pasé muy mal, como podéis imaginar), con mi mujer y un hijo maravilloso de 4 años. Como siempre, dispuesto a seguir, pero cansado, muy cansado, ante el reto que supone afrontar cada día y descubrir cada mañana, cuando me levanto, que la vida me viene grande, muy grande.
Gracias por leerme.