Nueve amargos años atrás, en un absurdo estado de enamoramiento que obviamente no llegó a nada salvo por el ridículo que hice, escribí este igualmente absurdo poema con el que me topé hace rato. Yo no acostumbro escribir poemas; la poesía ni me gusta, y con trabajo puedo decir que ya es mucho si acaso he escrito 5 ó 6 en toda mi vida.
Este poema en particular, que en aquel lejano tiempo me gustó, a mi profesora de la asignatura de Comunicación también le agradó lo suficiente para hacer que lo publicaran en la revista mensual de la universidad en la que estaba entonces. Después, cuando estúpidamente escribí y registré con derecho de autor mi autobiografía -como si alguien quisiera haberla publicado- incluí de nuevo esta porquería.
Ahora que lo vuelvo a leer, en primer lugar me da vergûenza ver la clase de estupideces que puse, y en segundo lugar, lo que allí digo no se acerca mucho a la verdad tanto de entonces como de ahora. Lo cierto es que no tengo corazón; el hombre de hojalata de Oz tiene más músculo cardiaco que yo. También ahora digo que el corazón nada tiene que ver con "actuar"... Soy y seguiré siendo un cobarde por los siglos de los siglos.
De nuevo, me siento ridículo de leer aquello que le escribí a una garrapata rastrera en el estado de enajenamiento mental en que me encontraba entonces. Y sin embargo no he vuelto a sentir ese mismo estado por más que quisiera sentirlo. Ya lo he dicho, padezco de un severo aplanamiento afectivo (ese es el término en términos de psicología), que me parece que llegó para quedarse...
Y he aquí la citada porquería:
Si tan sólo yo tuviera corazón,
podría exclamar con suma sencillez
aquello que como un ronco tambor,
resuena constante dentro de mi ser.
Si tan sólo yo tuviera corazón,
sería fácil vivir con alegría
sabiendo apreciar el mágico valor,
que todo aquel ser viviente irisa.
No hay forma en que yo pueda comprender,
el porqué soy por dentro tan diferente
a toda persona que he podido conocer
si por fuera hay una similitud aparente.
Siempre me he formulado la pregunta
de cómo los demás tienen tanta voluntad,
y toda respuesta siempre apunta
a que su corazón siempre los lleva a actuar.
¿Por qué sigo engañándome a mí mismo?,
si todo lo que siempre he necesitado
me había hablado siempre al oído,
al oído que en mi pecho siempre ha estado.
Sí tengo un corazón después de todo,
y siempre ha estado ahí pidiendo
porque mi conciencia con gozo
se disponga a escuchar por un momento.