No sé cómo pueden haber personas que pretendan que dominemos nuestros sentimientos, no estando estos ligados a al dominio de la voluntad. Naturalmente lo que sí se puede en mayor medida controlar (aunque no absolutamente) es el partido que se toma frente a esta naturaleza emocional. La envidia puede o ser productiva o no serlo. Es improductiva si lo que nos ocurre es que nos entristece la simple felicidad del otro, tristeza que nos lleva a buscar hacerle el mal, y en cambio puede llegar a ser muy productiva si lo que buscamos es igualar o superar al otro sin causarle ningún mal. Ciertamente la envidia suele ser una mezcolanza de estas dos inclinaciones (y hay que vigilar cuál de estas nos impulsa más), y como pasión que es, lo mejor que podemos hacer, creo, es intentar transmutarla en algo mejor, como el crecimiento espiritual; deseando superar lo notable que veamos en otro, intentado lograr grandes cosas, pero eso sí, renunciando a la ridícula idea de que existe un nivel tal de perfección desde el cual ya no se puede tener envidia de nadie (eso que llamamos éxito); por eso me parece importante darse cuenta de que tenemos que buscar hacer nuestro propio camino,
con nuestros propios valores.
Y no vayas a creer que la envidia es solo una pasión de los desdichados y fracasados (si tales adjetivos pueden utilizarse con verdad) pues según decía el filosofo Russel:
“…Seguro que al hombre que gana el doble que yo le tortura pensar que algún otro gana el doble que él, y así sucesivamente. Si lo que deseas es la gloria, puedes envidiar a Napoleón. Pero Napoleón envidiaba a César, César envidiaba a Alejandro y Alejandro, me atrevería a decir, envidiaba a Hércules, que nunca existió. Por tanto, no es posible librarse de la envidia solo por medio del éxito, porque siempre habrá en la historia o en la leyenda alguien con más éxito aún que tú…”