Estoy en medio de una extensión de agua de inquietante quietud, donde no veo orilla por ninguna parte. Me dedico a remar y a remar, para ver si llego a tierra firme alguna vez, pero los hombros ya me pesan, y quizá esté remando en círculos. No hay Sol ni estrellas con las que orientarme. No sopla el viento. No sé dónde estoy ni para qué estoy. Además, el timón se ha entumecido y no puedo repararlo, y mis remos están podridos de la humedad, a punto de romperse. ¿Será ese mi destino? Quizá haya nacido para vivir y morir ahí en medio… Quizá haya nacido ahí en medio…
El alimento escasea, las fuerzas me flaquean, y el agua es cada vez menos potable. Quizá tenga que asumir que no todos los seres vivos están diseñados para sobrevivir y quizá yo sea uno de ellos. Quizá nací con el diseño equivocado, en un sitio equivocado, sin objetivos ni herramientas internas, ni ganas…
¿Para eso he nacido? ¿Para ser testigo de mi propia impotencia?
Este es uno de esos días de anhedonia en los que no sé si estoy por encima o por debajo de la superficie, y lo peor de todo es que me importa un pimiento, porque nunca he sentido mi respiración. ¿Cómo es posible que no sentir nada me haga sufrir tanto?
Veo reflejado en la superficie el rostro oscilante de un tipo, al que con mucho gusto le asestaría un golpe con el remo, pues lo siento como una amenaza. Realmente, ¿quién me impide atarme un lastre a la cintura y tirarme al agua para acabar con él? Así regresaría al lugar del que nunca debió salir…
Este periplo sin sentido es demasiado caro, ya no es rentable, ya no amortizo. Mi vida transcurre esperando que penetre agua en la canoa y se hunda, porque para bucear en el mar de la eternidad por iniciativa propia también hacen falta agallas, y tampoco he venido equipado de ellas. Así que, de momento, mientras este trozo de madera aguante ahí seguiré, con el macabro privilegio de seguir siendo un ser inerte testigo de la vida, o un ser vivo testigo de la inercia, según se mire…
Quizá después del naufragio algún trozo de mierda flotante se haga cargo de mí, pero no sé si tendré fuerzas (ni ganas) para asirme. Mejor que se salve ella, agarrándose a mí…