Me encantan los días fríos y soleados propios del anticiclón invernal aquí en España. No sé porque muchos asocian sol con calor, cuando no es así. De hecho, el clima antártico es uno de los más secos -y por supuesto fríos- del planeta.
Los motivos por los que odio el calor son más que evidentes y obvios, y los días grises y lluviosos me ponen de mala ostia, sobre todo si tengo que salir a la calle por cojones. Es muy romántico y bucólico, sí, observar como resbalan las gotas de lluvia por los cristales de la ventana mientras te arropas con la manta y te tomas un chocolate caliente (y no estás deprimido de verdad de la buena ni tienes que salir, claro), pero a efectos prácticos son un coñazo. No es muy cómodo ir con un paraguas en la mano, por no hablar de los paraguas de los demás que a veces casi te dejan tuerta. La serotonina desciende, si tienes algún plan te lo chafa o ya no hay ganas, hay más afluencia de vehículos por las calles, el suelo está resbaladizo... La lluvia no está mal en el campo o en la montaña, pero la ciudad se torna más gris y fea si cabe cuando es de día pero no hay sol.