Hace unos meses terminé la carrera corta que 3 años atrás comencé, después de no pocos esfuerzos para mantenerme constante en las obligaciones que ello me imponía (tuve viajar a 100 km de mi ciudad 3 veces por semana y a horas de madrugada, lo que representó siempre la mayor dificultad).
Me encontré, por supuesto, muy aliviado al dar bien el examen final, satisfecho de haber acabado algo que había comenzado con determinación aunque, como es corriente en mí, sin ninguna exaltación desorbitada; era lo que debía suceder.
Ahora bien, es innegable que el suceso, en ese entonces, se vio opacado por el fantasma de otra encrucijada que cada vez sabía menos factible de postergar: la cena/fiesta con los compañeros de curso, por la noche del mismo día del último examen. Claro, cargando en mente esa cuestión, era normal que apenas pudiera sentirme alegre de ver cumplidas mis expectativas y fructíferos mis esfuerzos.
La cosa fue que yo había acordado previamente asistir a dicha cena/fiesta, pagando mi parte y todo, pero sin estar verdaderamente seguro de lo que deseaba hacer. Para ser breve diré que, entre meditaciones durante el viaje de regreso a casa, durante las cuales experimenté una amargura que hacía tiempo no me invadía, fui esclareciendo el panorama en mi mente e inclinándome más y más por la opción de no volver (si pretendía asistir al evento, todavía podría regresar más tarde).
Al llegar a casa, afortunadamente deshabitada en ese momento, di paso a un monólogo/diálogo conmigo mismo de lo más teatral, como suele ser mi costumbre al encontrarme atribulado. Después de tan esclarecedor ejercicio, llegué a la conclusión de que verdaderamente
no quería asistir a dicha fiesta, y que
no tenía por qué obligarme a hacerlo (parece una conclusión simple, pero la dificultad radicaba en descubrir si verdaderamente era algo que no deseaba hacer, o sólo se trataba de miedos limitantes).
Me sentí feliz por no ir, y no me arrepiento en absoluto de mi decisión, sino al contrario.
Pero ahora queda la ceremonia de entrega de títulos, con todo lo que ello implica; familiares, escenario, fotos...
Tengo que aclarar antes que nada que el título de este hilo es algo engañoso; no estoy del todo dubitativo en cuanto a esto sino más bien lo tengo decidido ya, especialmente considerando que es el martes próximo, o sea pasado mañana, y ni mi padre lo sabe...
Él, mi padre es quién no es comprensivo, quién sé que me presionará a ir ya sea directa o indirectamente, generándome culpa porque para él el evento significa algo "importante", la ilusión de ver a su hijo recibiendo un título y... tonterías así.
De todas formas es mi decisión, mi carrera, mi evento, mi vida. Pero no puedo escapar del todo al temor de arrepentirme luego, de errar. De si será algo grato al fin y al cabo, de si me gustará tener la foto de la graduación, de si será grato compartir el momento con algunos de los compañeros por los cuales siento algún aprecio, de si quizá deba concentrarme en que no es tanto un acto social sino una muestra simbólica del fruto que ha dado mi esfuerzo, etc. etc.
Sobra aclarar el nulo interés que tengo yo por las formalidades y las pompas, obviamente preferiría mil veces ir tranquilamente a retirar mi título como si de cualquier trámite burocrático se tratase. Sería igual aún si se tratara de una carrera más larga, me parece absurda toda ostentación más allá de la ansiedad que pueda generarme el acto social.
Bueno, la intención era principalmente la de descargar un poco la tensión relatandoles mi experiencia a ustedes, e invitarles a que me comenten sus opiniones al respecto o experiencias, si las han tenido con el asunto.