Hay una persona que me cae muy bien y con la que he tenido un trato más o menos frecuente últimamente por motivos que no vienen al caso.
Tiendo a idealizar a la gente sin apenas conocerla. Es algo que quizá subyace en la fobia social, o al menos en la mía: pensamos que los demás son inherentemente mejores que nosotros y que no somos dignos de ellos.
Mi primera impresión de esta persona fue que era muy simpática, madura, inteligente, asertiva, equilibrada y segura de sus metas. Me sentía intimidado, como de costumbre.
Algún tiempo después me hablaba de ciertos problemas y dudas con aquello a lo que dedica su vida. Se le hacía duro y se desmotivaba.
Luego vi que su forma de ser era más peculiar de lo que creía.
Luego supe que se sentía muy mal porque su vida social no funcionaba, y deduje que, aunque no era justo, en parte se debía a lo anterior.
Luego quedó claro por cosas que decía que su forma de ver la vida y su lugar en ella no era la más adecuada. Sus premisas eran a veces poco realistas o mal enfocadas, y en consecuencia le provocaban más frustración de la necesaria.
En definitiva, era una persona normal. Ahora una buena parte del miedo que yo sentía con esta persona ha sido reemplazado por empatía y una cierta ternura. ¿No es eso lo que deberíamos sentir, por defecto, hacia todo el mundo? Nuestras premisas de fóbicos también están mal enfocadas.
Si fuéramos capaces de entender que todo el mundo tiene sus problemas, sabríamos que es ridículo sentirnos inferiores por nuestras dificultades sociales y que no se acaba el mundo si las personas a nuestro alrededor son plenamente conscientes de ellas. Quizá de ese modo superaríamos gran parte de nuestros miedos.