Hola a todos. Me presento ante vosotros para hablaros de mi caso particular y de la incomprensión social con la que me encuentro.
Tener una fobia resulta siempre y en cualquier caso, una desgracia personal que el fóbico se ve condenado a arrastrar, como si fuese la cadena de un alma en pena.
Si esa fobia es de “primera clase”, es decir, se pertenece al grupo de fobias “populares” y conocidas, como puede ser la fobia a los ratones, ratas, serpientes, alturas, lugares cerrados… ect, se puede decir que a pesar de lo malo de padecerla, aún estás de suerte, porque te arropará la comprensión social del grupo que te rodea.
- “Pobre… qué mal rato ha pasado al cruzarse con aquella rata…. Es que la pobrecita les tiene fobia…”… y un coro de frases afirmativas y miradas de complicidad saldrán de las personas que están presentes.
Si por el contrario, esa fobia es de “segunda clase”, es decir, del grupo de fobias desconocidas… entonces estás perdido. Te espera un muro de incomprensión, burlas e incluso alguna broma de mal gusto.
Ese es mi caso. Tengo fobia al vino. Y lo digo, no sin rubor, ni vergüenza, por mi parte. Lo digo como quien confiesa un delito, o peor aún, como quien confiesa que es ********** perdido y que no puede hacer nada por evitarlo. Porque así es como me hacen sentir las personas que me rodean.
Evito en lo posible las comidas y cenas familiares o sociales, para evitar pasar el mal trago. Pero siempre hay algún día señalado, en el que toca pasar por el aro y sufrir, por partida doble, por tener que aguantar lo más estóicamente posible la presencia del vino en la mesa y por tener que aguantar las risas, bromas y comentarios de mal gusto, que siempre, siempre se repiten.
Procuro pasar desapercibida y no decir nada. Pongo buena cara, mientras procuro respirar lo menos posible para que no me llegue el olor del vino. Evito mirarlo, tenerlo cerca… pero no puedo dejar de pensar que está ahí, a centímetros de mí… fuera de la botella, con la posibilidad que ello conlleva de que se derrame….
Todo mi círculo cercano lo sabe, pero no hacen nada por evitarme el sufrimiento. Me colocan la botella al lado, las copas llenas de los comensales más cercanos, se sirven pasando la botella por encima de mi plato, me piden que les acerque la botella o incluso (tengo que respirar hondo para decir esto…) me gastan bromas de muy mal gusto.
La última fue el día de Navidad.
Una persona cercana volcó la copa y el vino se esparció por todo el mantel hasta llegar a mi plato, mojándolo… inundando todo el espacio con su olor… pensé morirme, comencé a sudar y a sentir náuseas, como siempre en silencio, procurando que no se note, procurando normalidad…
Y mi cuñada, que estaba sentada a mi lado, se mojó los dedos en el vino (siguiendo esa costumbre tan estúpida y que nunca he llegado a comprender) y gritando ¡alegría, alegría!, se mojó las sienes, la frente y detrás de las orejas y a continuación, se volvió a mojar los dedos en el líquido del mantel y repitió lo mismo conmigo, mientras se reía maliciosamente.
Lo que sentí en aquel momento fue algo indescriptible. Una mezcla entre pavor, asfixia, náuseas, rabia, odio profundo, humillación…
Me quedé inmóvil durante un rato, no sé cuánto pudo ser, si segundos o minutos. Los demás se reían despreocupadamente con la “anécdota” y el grupo siguió adelante con lo que estaba haciendo, sin más.
Mientras, yo miraba el cuchillo de carne (esos con mango de madera, filo serrado y que acaban en punta) y sentía unos deseos enormes de cogerlo y clavárselo a mi cuñada… una, dos, mil veces…
Evidentemente, no lo hice. Simplemente, me levanté, y sin decir nada (porque no sabía qué decir, ni tenía fuerzas ni ganas para decir nada) me fui.
Al llegar a casa me metí en la ducha y me lavé durante una eternidad con agua muy caliente (todo lo caliente que aguanté) y me froté con el guante de crin hasta que me salió sangre en algunas zonas. La ropa la tiré a la basura, con la ayuda de unos guantes, y la llevé inmediatamente al contenedor.
No quería que quedase ninguna huella de aquel día.
Por tanto, los que tengáis una fobia de primera clase, podéis sentiros contentos de la buena-mala suerte que os ha tocado.
Y para los bichos raros, como yo, pues sólo me queda desearos paciencia y habilidad en el desarrollo de técnicas de autocontrol y sobre todo de mimetismo con el medio, para pasar desapercibidos y al menos sufrir solamente los efectos de la fobia y no, a mayores, los de la incomprensión de los que os rodean.
Un abrazo a todos.