Las Dos Caras de la Sesera.
El YO negligente se atiborraba de necedades cotidianas, envueltas en bolsitas de patatas fritas/y otras frituras o grasas existenciales/materiales y vacuidades similares, aprovechando que se hallaba en un período vital que le permitía distenderse indefinidamente, estirando los pies hasta más alla de los limites del sofá del remordimiento.
No estaba encadenado más que a su libertad, pues ciertamente, sentía la impelencia o el acuciamiento de su libertad horaria, pero sentía muy cansado para emprender ninguna tarea que implique un cultivo personal y cultural.
Cuando intentaba acometer alguna empresa provechosa el sueño le abordaba como si él fuera un bus receptor de sensaciones, situaciones y experiencias negativas, dañinas y enemigas, que le procuraban el mal.
Tenía un conflicto constante en la cabeza, pero el YO fatuo y negligente parecía estar eclipsando cada vez más a su contraparte a la vez que acallaba la voz del colectivo (autobús inconciente).
el YO negligente creía en la reencarnación sólo por haber leído un librito karmico tibetano, y se decía que en la proxima vida ya se cultivaría y puliría las impurezas de su alma, pero que en está ocasión se tomaría una "vida/ reencarnación sabática" o unas "vacaciónes karmicas".
El yo escrupuloso, sin embargo, luchaba para que su siamés existencial se esfumara para siempre, pero esa sabandija fumaba expulsandole el humo en la cara. Era un grano en el culo de la libertad/voluntad/conciencia, así como el YO escrupuloso lo era para su otra parte.
Así pues, el yo escrupuloso se cultivaba siempre que podía, aprendiendo las ignoradas palabritas que hallaba en los libros y que forzosamente tenía que aprender para entender íntegramente la senda de los libros. Y lo hacía a pesar de las burlas y los intentos de disuasión de su YO irresponsable.
Aparte de las razónes cultivadoras, persistía en el acometimiento de dichas empresas convencido de que era una preparación para oportunidades que se presentan a lo largo y ancho de la vida, por corta que sea.
Acontecio que una tarde cualquiera, cruzando distraídamente una autopista de muchos sentidos, un coche ebrio le cambio el sentido vital a nuestro sentido amigo, y éste, pues, en su ultimo aliento de vida, se aferro a una temeraria y ultima esperanza, y esta era que su otro Yo tuviese razón, que todo haya sido una maldita broma cosmica, un gran sueño y que le esperarían, al menos, algunas reencarnaciones más antes de que Dios o quien sea se cansase de esperar la perfección espiritual de ese ente idiota y lo mandase al diablo, figurada y no figuradamente pensando.
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