Jamás entenderé qué extraña pasión o descalabro incita a ciertos terrícolas, que son totalmente desconocidos para mi persona, a elegirme como informante y benefactor de sus intereses móviles. ¿Por qué? Me ocurre decenas de veces al año. Voy por la calle a velocidad de crucero y un manolo errátil interrumpe mis volubles discursos mentales para que deconstruya su laberíntico GPS cerebral y le articule un sendero lo más ortodrómicamente posible hasta ese destino que no atinaba a encontrar.
O estoy en clase leyendo Drácula, asombrado por lo sexy que me resulta la Lucy Westenra vampírica, y una rubicunda erasmus de acentazo alemán me escoge para explicarle no sé qué pamplinas sobre el trabajo de Patrimonio. ¡Pero vamos a ver señorita! Yo qué diantres sé, si me dedico a dormir en clase. ¡Vaya a meter sus valvas en otra cazuela, mejillón revenido de verano!
¿Por qué?
No entiendo si es que tengo pinta de saber dónde estoy, o de estudiar mucho. Generalmente ni lo uno ni lo otro. ¿Su sexto sentido está mal orquestado, o quizás la gente elige preguntar a aquellos que están solos y abismados, y que parecen no tener nada mejor que hacer que dar indicaciones a diestro y siniestro? ... Qué suerte tienen de que siempre les aclare sus dudas con una sonrisa y explicaciones bastante precisas. Mierda. Debería mandarles a tomar viento con una manriqueña soleá.
(Saludos, fóbico social. Esta bella historia sobre mi vida ni siquiera tiene la decencia de tener moraleja, así que ha estado usted perdiendo el tiempo desde que decidió seguir leyendo. Pase un buen día
).