No sé ni por qué razones extrañas me atrevo todavía a intentarlo. El caso es que necesito desahogarme, así que aviso para navegantes, voy a soltar un tocho de aúpa.
Cada vez que vengo de vacaciones a mi tierra es una pérdida de tiempo y de autoestima; lo que es peor una constatación tremenda de lo poco o nada que me une con la misma. Un colega me llamó a principios del mes pasado para que estuviéramos una semana en un apartamento. De entrada el plan me parecía interesante porque siempre que vengo aquí me siento muy solo, perdí los pocos contactos con los cuales estaba. Pero tenía la alarma puesta indicándome que sería otra ocasión fallida al tener poco que ver ya con este chaval, amigo de mi adolescencia.
Con todas las reservas al final acepté. No voy a decir que haya sido una mala experiencia, pero tampoco buena. Es como si hubiese retrocedido unos años (¡siempre me pasa igual!
), como si fuera el mismo de hace ocho o nueve. Las anécdotas que nos contamos, las bromas que hacemos, las palabras usadas…ni siquiera puedo hablar de haber tenido alguna conversación porque es metafísicamente imposible. Vivimos en dos realidades paralelas con intereses contrapuestos. En otro mensaje lo comenté, cuando me surgen estas situaciones me coloco una máscara y, supongo que como a muchos de ustedes, les molestará bastante tener que usarla. Fingir quien no soy con el solitario propósito de poder disfrutar de algo de compañía.
La realidad es tozuda pese a estos patéticos intentos por camuflarla. Resultado=horas y horas de silencio, risas forzadas, comentarios absurdos para rellenar como morcillas. Un montón de desencanto al comprobar esta triste verdad. Por ejemplo, me sentía realmente mal cuando este chico por divertirse se dedicaba a mostrarme vídeos porno en su móvil. Lejos de excitarme, me hundía en la depresión, ¿en qué me estaba convirtiendo?, ¿Pero qué iba a decir? “Oye, esto es una chorrada. ¿Quieres convertirte en un viejo verde pajillero?” No puedo ser tan borde con alguien que no buscaba ofenderme.
Otro momento incómodo. Estamos caminando y a un chico negro de los que se dedican a la venta ambulante se le caen unas gafas justo al lado de mi colega que pasa de agacharse. El tipo se lo toma a broma, pero mi colega se enfada y le espeta “voy a recoger la basura de un negrata”. Palo durísimo para mí porque al negro le importó un bledo, pero yo creo que debiera haber reaccionado de una manera contundente. ¿Para qué?
Aquí está el quid de la cuestión. ¿Merece la pena pasar estos momentos desagradables por no estar solo?, ¿Es mejor ser honesto con uno mismo a pesar que ello te lleve a una progresiva marginación?, En definitiva en las relaciones hay que ceder, sin embargo, ¿dónde está el límite? Supongo que me contestarán que me acerque a gente con la cual si tenga cosas en común. Eso también lo he hecho y con éxito, es otro tema. Me refiero a cuando las condiciones son las que son y tienes lentejas, ¿las comes o las dejas?, ¿Ustedes qué hacen?
Cuestión aparte es la necesidad de recurrir a “las lentejas”. El caso es que las abandoné hace tiempo porque mi vida tuvo un cambio muy especial, pero las terribles circunstancias de la vida trastocaron aquella posibilidad. Así que vuelta a las andadas; lo admito soy otra lenteja. No me queda otra opción y lo sé cada vez que vengo de vacaciones. Me frustro, me pongo triste, me entra la ansiedad…Para mí el estrés es vacacional, el post se me hace muy llevadero…