Todas, absolutamente todas las personas que han pasado en mi vida y las que se mantienen, por ahora, en ella -exceptuando a mis familiares más cercanos y con los que tengo más trato desde que aterricé a este asqueroso mundo- son gente inconstante, veleidosa, egoista e hipócrita que no forman un grupo estable con el que yo pueda contar para algo tan simple como hablar y hacer cosas apropiadas de mi edad.
Verbigracia: La semana pasada me llama un conocido para quedar a tomar unas birras, no sabía nada de él desde hace cuatro o cinco meses y en ese tiempo le había llamado varias veces, o no atendía mis llamadas o utilizaba algún subterfugio vulgar. Yo estaba solo y no tenía ningún plan -como de costumbre...- pero me negué a seguirle el juego y rechacé su invitación dándole largas. Esta persona la excluyo de mi vida, yo soy quien decide.
Evito generalizar pero me cuesta, quiero creer que hay gente decente que actua de forma desinteresada y altruista y que conoce el significado de la palabra amistad.
Quiero integrarme, me integro pero me doy de bruces con una muralla inflanqueable llamada inclusión.