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Antiguo 25-oct-2013  

Así empieza la novela "Demian", de Herman Hesse. Este pedazo de texto tiene mucho significado para mí.

Cita:
Comienzo mi historia como un acontecimiento de la época en que yo tenía diez años e
iba al Instituto de letras de nuestra pequeña ciudad.
Muchas cosas conservan aún su perfume y me conmueven en lo más profundo con
pena y dulce nostalgia: callejas oscuras y claras, casas y torres, campanadas de reloj y
rostros humanos, habitaciones llenas de acogedor y cálido bienestar, habitaciones llenas
de misterio y profundo miedo a los fantasmas. Olores a cálida intimidad, a conejos y a
criadas, a remedios caseros y a fruta seca. Dos mundos se confundían allí: de dos polos
opuestos surgían el día y la noche.
Un mundo lo constituía la casa paterna; más estrictamente, se reducía a mis padres.
Este mundo me resultaba muy familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad,
ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en
él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las
buenas costumbres. Allí se cantaba el coral por las mañanas y se celebraba la Navidad.
En este mundo existían las líneas rectas y los caminos que conducen al futuro, el deber
y la culpa, los remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos propósitos, el amor
y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había que mantenerse dentro de este mundo para
que la vida fuera clara, limpia, bella y ordenada.
El otro mundo, sin embargo, comenzaba en medio de nuestra propia casa y era
totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía
otras cosas. En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de
aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor de cosas terribles,
atrayentes y enigmáticas, como el matadero y la cárcel, borrachos
y mujeres chillonas, vacas parturientas y caballos desplomados; historias de robos,
asesinatos y suicidios. Todas estas cosas hermosas y terribles, salvajes y crueles, nos
rodeaban; en la próxima calleja, en la próxima casa, los guardias y los vagabundos
merodeaban, los borrachos pegaban a las mujeres; al anochecer las chicas salían en
racimos de las fábricas, las viejas podían embrujarle a uno y ponerle enfermo; los
ladrones se escondían en el bosque cercano, los incendiarios caían en manos de los
guardias. Por todas partes brotaba y pululaba aquel mundo violento; por todas partes,
excepto en nuestras habitaciones, donde estaban mi padre y mi madre. Y estaba bien
que así fuera. Era maravilloso que entre nosotros reinara la paz, el orden y la
tranquilidad, el sentido del deber y la conciencia limpia, el perdón y el amor; y también
era maravilloso que existiera todo lo demás, lo estridente y ruidoso, oscuro y brutal, de
lo que se podía huir en un instante, buscando refugio en el regazo de la madre.
Y lo más extraño era cómo lindaban estos dos mundos, y lo cerca que estaban el uno del otro.
 
Antiguo 27-oct-2013  

De Hermann Hesse.
Es el principio de toda caída: tomar en serio las cosas grandes y considerar normal que se tomen en serio las pequeñas. Venerar a la humanidad, pero atormentar a sus componentes-tener a la Patria o a la Iglesia o al Partido por sagrados y hacer el trabajo diario mal y chapucero; toda corrupción empieza así. Solo hay un medio educativo contra ella: dejar de lado en nuestro caso particular y en de los demás, todas las cosas serias y sagradas, tales como ideales, ideologias y patriotismo, y en cambio dirigir todo el interés a lo pequeño a lo mínimo, al servicio del instante.

Y varias de los maestros de la sospecha.
-La religión es el opio de los pueblos.
-La religión es comparable con la neurosis infantil.
-La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.
 
Antiguo 04-nov-2013  

"La causa de todo esto es que no siento la propia estimación. Pero ¿acaso el que se conoce puede estimarse aunque sólo sea un poco?"

"Referir detalladamente cómo ha fracasado uno en su vida, por no saber vivir, reflexionando sin cesar en su subsuelo, que es lo que he hecho yo, no puede ser interesante en modo alguno. Para escribir una novela hace falta un héroe, y yo, como haciéndolo adrede, he reunido aquí todos los rasgos de un antihéroe. Además, todo esto producirá pésima impresión, porque todos hemos perdido el hábito de vivir, porque todos cojeamos, unos más y otros menos. Incluso hemos llegado a perder ese hábito hasta el punto de que sentimos cierta repugnancia por la vida real, por la «vida viva». Pero eso no nos gusta que nos lo recuerden. Hemos llegado a considerar la vida real, la «vida viva», como algo ingrato, como un servicio penoso, y todos estamos de acuerdo en que lo mejor es adaptarse a los libros. ¿Qué objeto tiene nuestra agitación? ¿Qué buscamos? ¿Qué deseamos? Ni nosotros mismos lo sabemos. Es más, si nuestros deseos se cumpliesen, no nos sentiríamos felices.

Si nos diesen un poco de libertad, si desatasen nuestras manos, si ensanchasen nuestro círculo de acción, si nos quitasen las riendas, inmediatamente –estoy seguro-solicitaríamos que nos volvieran a poner bajo tutela. Sé que os he enojado, que vais a gritar, a protestar: «¡Hable por usted solo y por sus miserias subterráneas! ¡Suprima ese nous tous

Perdonen, señores, pero no he pensado en modo alguno justificarme apelando a esta omnitude. En lo que me concierne personalmente, no he hecho otra cosa en mi vida que llevar hasta el fin lo que ustedes sólo han llevado hasta la mitad, aunque se han consolado con la mentira de llamar prudencia a la cobardía. Tanto es así, que mi vida es tal vez más real que la de ustedes.

Fíjense bien. Hoy todavía no sabemos dónde se oculta la vida, qué clase de sitio es ése ni cómo se llama. Si nos abandonan, si nos retiran los libros, nos veremos inmediatamente en un embrollo, todo lo confundiremos, no sabremos a dónde ir ni cómo ir, ignoraremos lo que se debe amar y lo que se debe odiar, lo que debe respetarse y lo que sólo merece desprecio. Incluso nos molesta ser hombres, hombres de carne y hueso; nos da vergüenza, lo consideramos como un oprobio y soñamos con llegar a convertirnos en una especie de seres abstractos, universales. Somos seres muertos desde el momento de nacer. Además, hace ya mucho tiempo que no nacemos de padres vivos, lo que nos complace sobremanera. Pronto descubriremos el modo de nacer directamente de las ideas.

¡Pero basta! No quiero que se oiga mi «voz subterránea»."

Memorias del subsuelo - Dostoievski

Última edición por sebasxtian; 13-nov-2013 a las 05:26.
 
Antiguo 04-nov-2013  

"Una vez más hoy me pregunto «¿la amo?» y una vez más no sé qué contestarme. O más bien por centésima vez me he contestado que la odiaba. Sí, me era odiosa. Hubo momentos -al terminar cada una de nuestras entrevistas- en que hubiese dado la mitad de mi vida por estrangularla. De haber sido posible hundirle un puñal en el pecho, creo que lo habría hecho con placer.

Y, sin embargo, palabra de honor, si en el Schlangenberg, en aquella cima de moda, me hubiera, efectivamente, dicho: «Tírese abajo de cabeza», me habría lanzado inmediatamente, incluso con satisfacción. Ya lo sabía yo. De un modo o de otro la crisis debía resolverse. Ella lo comprende perfectamente y la idea que tiene de que se me escapa, de que no puedo realizar mis caprichos, le causa, estoy seguro de no equivocarme, una satisfacción extraordinaria. ¿Podría, si no fuese así, tan prudente y avispada como es, mostrarse tan familiar, tan franca conmigo?

Tengo la impresión de que, hasta ahora, me ha considerado como aquella emperatriz de la antigüedad que se desnudaba delante de su esclavo por no considerarlo hombre. Sí, muchas veces ella no me ha tenido por hombre.

Sin embargo, me había confiado una misión: ganar a la ruleta, fuere como fuere."
 
Antiguo 07-nov-2013  

UNA CARTA DE AMOR (J. Cortázar)

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.
 
Antiguo 08-nov-2013  

"Estoy aprendiendo a entender en lugar de inmediatamente juzgar o ser juzgado. Yo no puedo seguir ciegamente a la multitud y aceptar su enfoque. No me permitiré caer en el manipulador juego habitual de creación de modelos a seguir. Afortunadamente para mí, el conocimiento de mi mismo ha trascendido y he llegado a comprender que la vida es mejor vivirla y no conceptualizarla. Estoy feliz porque siento que crezco día a día y honestamente no sé dónde está el límite y para estar seguro, encuentro que en cada día puede haber una revelación o un descubrimiento nuevo. Atesoro el recuerdo de las desgracias del pasado pues ha añadido más a mi banco de fortaleza."

Es de Bruce Lee.
 
Antiguo 08-nov-2013  

Estoy sangrando, viviendo en silencio.
 
Antiguo 08-nov-2013  

Me parece que es bastante conocido este fragmento, pero, bueno, ahí va:

"Cuando tenía veinte años, mi madre estaba desesperada, lógicamente, de tener un hijo que a las tres de la mañana se iba de casa a pasearse así, por la ciudad, que no hacía nada, que leía. Pero aquello no tenía el menor sentido, en fin, era un completo fracaso. Yo era un tipo que había prometido muchísimo y no había cumplido nada. Se lo digo porque, va usted a ver… Tenía veinte años y estábamos solos en casa mi madre y yo. Eran ─cito siempre la hora, pues en todos los momentos extraordinarios de la vida la hora es importante, no en sí, pero para mí─: las dos de la tarde, lo recuerdo, y me arrojé sobre el sofá y dije: “¡No puedo más!”. Y mi madre, que era mujer de un cura, de hecho, un sacerdote ortodoxo ─hay que tener en cuenta la época─, me dijo lo siguiente: “Si lo hubiera sabido, ¡habría abortado!”. Debo decir que aquellas palabras, en lugar de deprimirme, fueron una liberación. Me sentaron bien… Porque comprendí que yo no era en verdad sino un accidente. No debía tomar mi vida en serio. Fueron palabras liberadoras. Sólo que era, no obstante, una época en que el aborto no estaba admitido en las familias, era algo oculto. Ahora esas cosas son normales. Y, aun así, que mi madre, que era la mujer de un cura, me dijese eso… Y más o menos después de aquello fue cuando comprendí que mi madre era una mujer inteligente… y yo antes la despreciaba. Dos cosas hicieron que comenzara a apreciarla: que me dijera un día que sólo le gustaba Bach (porque también yo lo consideraba un gran músico…) y esas palabras sobre el aborto."

"¿Qué importancia puede tener que yo me atormente, que sufra o que piense? Mi presencia en el mundo no hará más que perturbar, muy a mi pesar, algunas existencias tranquilas y turbar -más aún a mi pesar- la dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar de que siento que mi propia tragedia es la más grave de la historia -más grave aún que la caída de los imperios o cualquier derrumbammiento en el fondo de una mina-, poseo el sentimiento implícito de mi nimiedad y mi insignificancia. Estoy persuadido de no ser nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la única real. Más aún: si debiera escoger entre la existencia del mundo y la mía propia, eliminaría sin dudarlo la primera con todas sus luces y sus leyes para planear totalmente solo en la nada. A pesar de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en la irracionalidad de la vida, la cual hace que ésta perdure sin razón. ¿Y si sólo hubiera razones absurdas de vivir? El mundo no merece que alguien se sacrifique por una idea o una creencia. ¿Somos nosotros más felices hoy porque otros se sacrificaron por nuestro bien? Pero, ¿qué bien? Si alguien realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más feliz, soy en realidad aún más desgraciado que él, pues no deseo construir mi existencia sobre un cementerio. Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria de la historia, en los que no comprendo por qué algunas personas han derramado su sangre por nosotros. La ironía suprema sería darse cuenta de que ellos fueron más felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita sea la historia! Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme ridículo; ¿el sufrimiento?-estéril y limitado; ¿el entusiasmo? -impuro; ¿la vida? -racional; ¿la dialéctica de la vida?-lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? -menor y parcial; ¿la eternidad? -una palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? -una ilusión; ¿la fatalidad? -una broma… Si lo pensamos seriamente, ¿para qué sirve todo ello en realidad? ¿Para qué interrogarse, para qué intentar aclarar o aceptar sombras? ¿No valdría más que yo enterrase mis lágrimas en la arena a la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he llorado, pues mis lágrimas se han trasformado en pensamientos tan amargos como ellas."

¿Pues de quién creen?
 
Antiguo 11-nov-2013  

De Tiempos Compulsivos (una mini-serie argentina), me quedó una frase que decía algo así como: "No quiero que me tengan miedo o lástima: quiero que me respeten. No quiero estar muy loco para poder defenderme, para convivir."
 
Antiguo 22-nov-2013  

Cuando nos encontramos sigue tratándome con absoluta indiferencia. a la que añade incluso un desdén hostil. No intenta, lo veo claramente, disimular su aversión hacia mí. Por otra parte, tampoco oculta que le soy necesario y que me tiene como reserva para otras ocasiones propicias.

Una relación extraña se ha establecido entre nosotros. No me lo explico, dada la arrogancia y el orgullo con que trata a todo el mundo.
Sabe, por ejemplo, que yo la amo con locura, y me permite, incluso, hablarle de mi pasión, francamente, sin trabas. No podía demostrarme mejor su desdén con este permiso: «Ya ves, hago tan poco caso de tus sentimientos, que todo lo que puedas decirme o experimentar me tiene absolutamente sin cuidado»

Ya antes me hablaba mucho de sus asuntos, pero jamás con entera confianza. Por si eso fuera poco, en su desprecio hacia mí, ponía refinamientos del siguiente género: sabiendo que me hallaba al corriente de tal o cual circunstancia de su vida, de una grave preocupación, por ejemplo, me contaba solo una parte de los hechos si creía necesario utilizarme para sus fines, o para alguna combinación, como un esclavo. Pero si ignoraba todavía las consecuencias de los acontecimientos, si me veía compartir sus sufrimientos o sus inquietudes, no se dignaba jamás a tranquilizarme con una explicación amable. Como ella me confiaba a menudo misiones no solamente delicadas, sino peligrosas, estimo que debería haber sido más franca. Pero, ¡a qué inquietarse de mis sentimientos, por el hecho de que yo también me alarmase, y quizá me atormentase tres veces más que ella por sus preocupaciones y sus fracasos!
 
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