No me hace falta girar la cabeza para saber que lo tengo ahí sentado, balanceando sus rechonchas piernecillas alegremente en el aire, con su sempiterna sonrisilla burlona, sus ojos escudriñadores y su lengua ligera. No sé cómo apareció por primera vez y tardé mucho tiempo en darme cuenta de que existía, a pesar de haber notado en todo momento su presencia. Últimamente había empezado a sospechar de dónde venía ese continuo rumor de fondo que me acompañaba a todas partes. Al principio no entendía lo que me decía, pero me hacía sentir muy mal. Después empecé a darme cuenta de que era él quien me murmuraba insistentemente que no iba a ser capaz, que había metido la pata, que era patética, que no iba a gustar a nadie, ves, si ni siquiera te gustas a ti misma, y tú sabes por qué, y si no tú no lo sabes yo sí lo sé…
A veces me entran ganas de darle una ostia.
Sí, como lo leéis.
De hecho, ayer me imaginé quitándomelo de en medio. De un guantazo lo tiraba hacia atrás y su menudo cuerpecillo salía volando por encima de mi hombro. Y en ese momento le cambiaba el gesto, su cara reflejaba una mezcla de asombro y desconcierto, como si aquello no le pudiera estar pasando a él y yo jamás pudiese ser capaz de hacer algo así.
Voy a traerme a otro amigo porque TÚ NO ME SIRVES. NO SIRVES PARA NADA. VUELVETE POR DONDE VINISTE Y DÉJAME TRANQUILA.