Este tema me viene que ni pintado para comentar lo que acabo de ver justo ahora.
Esta misma tarde he ido a ver una actuación de bailes orientales y danzas del vientre. Se trata de una asociación que enseña a niñas, chicas y señoras a mover su cuerpo de manera artística. Y no podía faltar puesto que mi hermana también actuaba, además por una buena causa solidaria.
Viendo todas esas sonrisas, esos rostros felices y alegres me pregunto, conducido en parte por mi depresión pre-vacacional (sí, he dicho bien), si no habrá sido así siempre con las chicas con las que me he relacionado: un breve espejismo, una máscara, una fachada de cara a la galería. No sé si tal vez las pocas veces que he visto alegría en el rostro de una mujer habrá sido esa sonrisa de circunstancias, gesto social y fingido pero no muestra de un afecto real.
Al principio estaba disfrutando del evento pero luego me he ido preguntando si no sería contraproducente ver tantos peces en el río, truchas que nunca podré pescar. Esas sonrisas, esos gestos de complicidad, de alegría desbordante, nunca serán para mi. Es como en esas películas malas de los años 80 en las que el personaje cómico de turno se creía un galán de papel couché mientras la chica protagonista no dejaba de lanzar guiños y besitos, mostrándose al final que, detrás del chistoso "gigoló" estaba la verdadera razón y causa de las atenciones de la actriz.
Cada vez me veo más como personaje secundario de mi propia vida, un individuo que si acaso cuenta con unas pocas líneas de diálogo cuyo única intención es hacer reír al respetable público mientras que la verdadera enjundia de la narrativa tiene lugar siempre en otra parte. ¡A quién importa las fuertes emociones que sienta la criada negrita de "Lo que el viento se llevó" mientras declame el archiconocido sonsonete de "¡Pórtese bien y coma un poquito, señorita Escahlaaaaata!". Ella no puede permitirse ser la reina de la fiesta.
Lo he hecho por mi hermana, nada más. No ha sido plato de buen gusto, para nada.
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