Han sentido la plenitud de un día sin saberse o sentirse mal, la calma y frescura espiritual de no pensar ni en lo más mínimo en que uno está enfermo o está decayendo. Ese estado de espectador en donde no te importa nada y los pensamientos de burlas, risas, rubor, temor, fracaso, crítica, compasión y pena rebotan ante ti y parecieran caerse como si tuvieras un escudo que salió de la nada.
Es tan delicioso sentir que nada te afecta y reirse de los demás porque ya no pueden hacerte sentir mal de ningún modo.
Debe ser lo más parecido a sentir que Dios existe.
Qué jodidamente rico es eso.