Aprovechando mi buen ánimo de por entonces, visité en allá por octubre a mi abuela y la familia del hermano de mi vieja, que viven todos en la misma casa, y a quienes hacía como dos años que no los veía, a pesar de que viven a apenas unas 15 cuadras de mi casa. Comencé aquella visita mostrándome alegre, amable, simpático, conversador; y hasta le regalé a Vivi (mi tía, de 33 años) el "Eugenia Grandet" de Balzac, lo cual le alegró mucho. Yo ahora estaba mucho mejor arreglado que de costumbre (aquella semana aquellas prendas, aquella "barba" y aquel peinado que estaba usando yo durante aquella visita habían tenido mucho que ver en la notoria mejoría de mi estado de ánimo, en que yo me viese mucho mejor a mí mismo). Fui entonces con la idea de recibir algún cumplido respecto a cómo me veía yo (si hasta creo que mi idea de ir a visitarlos tuvo mucho que ver con esta expectativa!), que me saludasen con un "qué pinta!" o algo por el estilo. Pero nada de eso sucedió, y me puse entonces ya bastante mal, desesperándome por hacer yo algo, algún comentario tal vez, tal de motivar ese comentario tan deseado por mí, algo para confirmar que esto de que me había visto yo mucho mejor a mí mismo aquellas últimas semanas no había sido una mera ilusión mía.
Hubo un momento en que me pasaron un álbum de fotos de ellos, y mientras yo las miraba, uno de los chicos (uno de mis primitos) me mostró la cámara con la que las habían tomado, que se la habían regalado a Vivi para el día de la madre; mientras yo le echaba un vistazo, comenté que nosotros en casa no teníamos cámara, a lo cual Vivi dijo "y vos contentísimo"; "la cámara que teníamos ya no funciona", agregué; "y vos contentísimo!", dijo ella nuevamente; y mientras lo decía, me miraba y se sonreía. Confirmé entonces que seguía siendo yo para ella el feo que fui siempre. (Y toda esta situación me hizo reflexionar también sobre cómo nos angustia muchas veces no tanto lo que pasa sino lo que NO pasa, por las expectativas que nos creamos.)
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