Despierto en silencio, el corazón me late tan alto que no oigo nada más, me aferro a la almohada fuertemente, rozando mis párpados con su suave tacto e imagino que no estoy ahí. Más que imaginar olvido, mancho con una oscura tinta todo pensamiento y me inundo en un pozo de tinieblas sin pasado. Me ahogo, no hay aire, así que me dejo caer por el borde de la cama, soltando mi aliento por entre las sábanas.
Caigo al suelo, un frío suelo que funde mi espalda desnuda, ardiente y entonces, dejo ir un leve rastro de mi desesperación estallando un grito desde el fondo de mi garganta, sacando fuerza, ira, abriendo los ojos de par en par, pero sin mirar, un aullido de tristeza, que acaba con un sollozo de autocompasión. Ni una lágrima, mi cara sigue seca, podrida como siempre ha estado, y me doy cuenta de que no ha servido de nada, sigo sintiendo esa fuerte presión en mi cabeza, estrechando mi cerebro, torturándome.
Dejo pasar unos minutos, respiro lentamente, apreciando cada soplo y disfrutando de ese instante, como mis labios tiemblan, como se interrumpe mi expiración entre espasmos. En ese instante, me hago el amor, lo hago rápido, para descargar tensiones, y me incorporo de pie. Avanzo hasta el baño, de puntillas, acariciando las paredes del pasillo, cuando llego al marco de la puerta, enciendo la luz.
Y me veo, justo delante de mí, el reflejo de un payaso, el espejo formaba el marco de mi patético semblante, doy un par de pasos y me sostengo con las manos en el lavabo. Allí de pie, acerco mi cabeza a ese portal de un universo invertido y me observo, poso mi vista en esos ojos oscuros, vacíos, me vigilo, me hipnotizo, no hay nada más, sólo esa masa densa y quieta, que me mira, me observa, me vigila y se hipnotiza.
Me sigue a donde quiera que vaya, copia mis movimientos y se burla de mí, me muestra lo insignificante que soy, no más que un actor, un triste y patético recipiente vacío, perdido, ridículo, un embaucador que se hunde en su propio petróleo manejando los hilos de otras vidas, vidas llenas, simples, felices, unas vidas reales, creyendo que así puede saborear lo que ellos tienen, engañándose así mismo pensando que es superior.
Entonces hago lo que peor se me da, y lo que más me duele, sonrío, le respondo con una risa, me río de él, de mí, alargo mi mano y pongo mi dedo sobre el retrato de ese consumido algo, que dejo de “ser” hace mucho. Aunque grotesco, es bello, hermoso, algo indescriptible, esa imagen me aísla, y admiro durante no sé cuánto tiempo ese frágil y efímero ser.
Cuando retorno al baño de mi momentáneo y eterno viaje fuera de mi cuerpo, tropezando con el conocimiento, me doy la vuelta y me dirijo a descansar a mi cuarto. Mientras camino, miento, pensando: Seguro que mañana me encontraré mejor.(Lo encontre por ahi en Google y decidi compartirlo con ustedes)