Desde hace tiempo que ya no soy un usuario activo de este foro -y de hecho los usuarios que ahora hay me son desconocidos y no encuentro a mis antiguos co-foreros-, pero de todas formas quiero contarles mi historia, sólo por si a alguno que la lea pueda darle algo de esperanza.
El título que le he puesto el hilo es algo pretencioso. El trabajo por dejar atrás los miedos es largo, y a mí me llevaría varias vidas llevarlo a término. El miedo al rechazo, a la soledad, a la muerte, siempre están latentes. Pero en gran medida he logrado superar los miedos paralizantes que, hace ya varios años, me hicieron suscribirme a este foro.
Por decirlo brevemente: pasé toda mi vida universitaria, 6 largos años, sin trabar amistad con nadie. Deambulaba por los pasillos de mi facultad solo, y me sobrecargué de estudio para no ver el vacío de mi vida. Me aterraba conversar con otras personas, no sabía qué decirles. Prefería siempre pasar desapercibido, y recuerdo que a veces incluso el sólo hecho de que al pasar la lista dijeran mi nombre, era suficiente para ponerme nervioso. Sólo miraba a los demás interactuar, y así mi vida se volvió monótona y perdió todo sentido. Los días pasaban uno igual al otro, por varios años.
Con las mujeres, por supuesto, no me iba mejor. A los 25 años yo todavía era virgen. Cualquier situación que insinuara un atisbo de sexualidad me paralizaba. Incluso a veces era incapaz de darle la mano a una mujer, de abrazarla. Cuando una chica de mi universidad me empezó a gustar, no tenía el coraje de hablarle. El sexo para mí era una realidad lejana, desconocida, y me atemorizaba, realmente.
Durante bastante tiempo yo pensé que mi situación no tendría salida. Veía sombras en mi futuro y nada más, ninguna posibilidad de cambio. Pero de a poco empecé a entender lo que, me parece, es lo único que me gustaría decirles: que el cambio, el cambio real, viene de uno y nunca de fuera; no vendrá una novia fantástica que nos arregle la vida, ni un hada madrina, ni un Dios. Hay que esforzarse día a día, perseverar y no ceder para vencer los fantasmas que a uno lo atan. La única forma de desapegarse de los viejos patrones de conducta es observándolos a la cara, y teniendo el valor de enfrentarlos.
Lo fundamental es el coraje y la firme determinación, una voluntad que no ceda ante las derrotas cotidianas y nimias. Créanme que para mí ha sido difícil, y que he estado hundido hasta el cuello en miedos, inseguridades y frustraciones. Pero nunca me rendí. Finalmente me di cuenta que está en nuestras propias manos salvarnos o perdernos, y con años y años de dar la pelea, ahora puedo mirar atrás con orgullo, por todo lo avanzado.
Mi camino ha sido un camino para aprender a amar al otro. Dejé de mirarme el ombligo, de centrarme obsesivamente en mis propias tribulaciones, y empecé a ver a los demás. Los demás también sufren, como uno, y a veces estamos tan agobiados por nuestros problemas que nos olvidamos de esta verdad tan evidente. Un cambio radical se produce en nosotros cuando notamos que la verdadera posibilidad de cambio no está en lograr que alguien más nos ame, sino que está en aprender a amar.
Yo emprendí un camino para reconciliarme conmigo mismo -procuro hacerlo en la medida en que me es posible-, pues me di cuenta que sólo estando en armonía conmigo mismo, aceptándome y amándome, podría amar también a los otros. Y la vida es así, te da lo que eres capaz de recibir. Una vez que ya me sostuve mejor sobre mi pies, cuando ya me sentía estable, conocí a una mujer hermosa, de un alma purísima, que se convirtió en mi pareja y lo es hasta hoy.
Con ella he seguido creciendo, con mucha comprensión, paciencia y entrega me ayudó a enfrentar mi antiguos y arraigados miedos. Le estoy infinitamente agradecido, ha sido una verdadera bendición, pues contra todos mis pronósticos hoy día tengo una vida en pareja y una sexualidad bastante normales.
Pero quiero acentuar esto: no es que haya llegado una mujer a mi vida y que gracias a eso se ha arreglado todo. Uno debe prepararse para amar; el amor, si ha de ser puro, pide que en lo posible no hayan dudas, desconfianzas, miedos o inseguridades dentro de uno mismo. Sino se teñirá y se transformará en otra cosa: un enfermizo apego. Uno debe encontrarse en paz, para transmitir paz al otro; uno debe ser feliz, para hacer feliz al otro. Me dirán que esto es imposible, pero pienso que es un ideal al que hay que tender. Imponerle al otro la carga de hacerlo a uno feliz es tan injusto como insensato.
Bueno, podría extenderme harto más, pero no quiero aburrir más de la cuenta. Sólo quería darles ánimos, y ojalá transmitir esperanza. Como dato extra, les comento algo que a mí me ha ayudado muchísimo, y es la meditación, en particular la meditación vipassana según la enseña Goenka (busquen la página por ahí en internet). Échenle una mirada, a más de alguno lo puede ayudar
Eso no más, un gran abrazo!!