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Antiguo 11-ene-2013  

Buenas, escribí este texto hace un año para presentarme a un concurso (al que, por cierto, nunca llegué a presentarme). Este texto significa mucho para mí, nunca nadie lo ha leído (excepto mi profesor de catalán) así que me gustaría que fuerais totalmente sinceros con migo y me deis vuestra opinión. Es autobiográfico, por eso significa tanto para mí y... bueno, aunque supongo que aquí todo el mundo respeta mucho el trabajo de los demás y que en realidad no necesito decir esto... me gustaría mucho que este texto no saliera de aquí (si mis textos y fotos no han visto la luz del día hasta ahora es porque me da mucho miedo que alguien pueda "robármelo", no sé si me explico). En fin, muchas gracias a todos los que os tomeis la molestia de leerme y espero que os guste.

Sonata de invierno

Nunca pensó que echaría de menos el invierno de esa manera, ese calor que despertaba en las personas, las tardes en casa leyendo en el alféizar de la ventana mirando cómo caían las gotas de agua sobre el helado asfalto y el frío que despertaba en ella. Era verdad que, cuando estaba acurrucada bajo su manta, disfrutando del agradable cambio de temperatura que percibía al tocar con las yemas de sus dedos el vidrio de la ventana se sentía como en casa. Pero esa sensación de calidez traía consigo un oscuro pasajero, uno que le hacía desear el contacto con las húmedas gotas de agua y esa sensación cuando el frío cortante del invierno castigaba su piel.
Su pasatiempo preferido en esta época no era estar en casa con su familia, alrededor de un acogedor fuego, acurrucados bajo gruesas mantas, disfrutando de una taza de humeante chocolate con nubes de algodón y pijamas forrados de terciopelo. Su pasatiempo favorito consistía en recorrer las calles de la inerte ciudad, con sus pies como guía, sin otra dirección que la que su destino le indicara. Su iPod conectado a todo volumen, las voces de Matthew Tuck, Dennis Lee y Gerard Way resonando en sus oídos y el frío viento traspasando las finas capas de tejido que separaban su piel del contacto con el mundo exterior. Eran esos sonidos guturales en su cabeza los que le impedían pensar, era ese frío invernal el que le impedía sentir.
Recordaba con añoranza tiempos mejores y, mientras las lágrimas inundaban sus ojos color miel, Ania se preparaba para el último paseo de aquel invierno. Con ropa poco apropiada para las bajas temperaturas del atardecer en enero metió en su mochila una libreta y un boli, encendió el reproductor de música y salió de casa. Como de costumbre no tenía rumbo fijo, pero sabía exactamente a donde llegaría, el lugar que más la inspiraba para sus escritos y dibujos.

El casco antiguo de su ciudad era impresionante, antiguas casas con puertas macizas le hablaban del esplendoroso pasado, desearía poder fundirse con la ciudad, luces y más luces mientras sus rugidos quedaban sofocados bajo la música. No la guiaba la mente, la guiaba el corazón y sus pies la llevaban cada vez más lejos. Tenía la sensación de estar vacía, ¿o tal vez a punto de colapsar? No importaba, quería salir de allí, huir del dolor. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Las calles eran cada vez más estrechas, la fría piedra que la rodeaba en forma de antiguos caserones no hacía más que intensificar la sensación de frío y humedad y la escasa iluminación hacía que se sintiera por fuera igual de desolada que por dentro.

Finalmente llegó al que sabía que volvería a ser su destino final. Una plaza revestida de mármol en la que se encontraba una iglesia, quién no conociera el lugar podría habría jurado que se trataba de una imponente catedral renacentista. El lugar, como tantas otras noches, acogería sus pensamientos, los haría fluir como un río escarlata y plateado, tintado por el dolor del recuerdo y salado por sus lágrimas.

Hacía mucho frío y, mientras tiritaba violentamente, se sentó sobre el blanco mármol de la escalinata de la iglesia. Nunca había sido especialmente religiosa, pero aquel lugar la aterraba y tranquilizaba al mismo tiempo. Miró hacia el inmaculado edificio, recortado contra el cielo color malva del crepúsculo. Encontrarse junto a un edificio de tales dimensiones hacía que se sintiera pequeña e insignificante, se preguntó cuánta gente acudiría a aquel lugar a ahogar sus penas.

Se sentía en trance. El frío hacía que se percibiera a sí misma como un espectro, irreal, como una pequeña muñeca con quien alguien juega sin el menor miramiento a infligirle daño alguno. El imponente templo, bajo cuyo amparo se encontraba, conducía su imaginación directa a siglos pasados, de grandes carruajes, dorados salones de baile con cientos de elegantes invitados bailando al son de una canción medieval, una época de brujas y vampiros, de leyendas y creencias, una época oscura y a la vez magnífica.
Cada vez iba oscureciendo más y ella sabía que con la caída de la noche se derrumbarían sus murallas, esas que la protegían de sus propios sentimientos, de sus propios pensamientos. Finalmente ese momento llegó y con un estruendo solo perceptible para sus oídos sus salvaguardas fueron derruidas. Los recuerdos salieron de entre los escombros como oscuros guerreros dispuestos a acabar con su cordura, dispuestos a destruirla por dentro y desgarrar su alma. Entonces la imagen de él llegó a su mente, tan nítida y bella como si lo tuviera delante, como si nunca se hubiese marchado, como si nunca la hubiese abandonado. Recordó a la perfección la magia de su mirada castaña, la suavidad de su piel dorada, la dulzura de sus besos, la sinceridad de su sonrisa, el placer de simplemente poder contemplarle, sus carcajadas, su olor, la ternura de sus palabras, sus fuertes brazos, sus apasionados abrazos, su calor… Nada de eso volvería a ser suyo y se preguntó si en realidad alguna vez lo fue. Recordaba al detalle cada uno de los encuentros con su príncipe azul y el amor que ella veía en su mirada. Era su hombre perfecto, pero ya no estaba a su lado y ella no volvería a ser la misma.
Todo le recordaba a él, la brisa del aire que le traía su voz, la frescura del agua de un riachuelo que le recordaba, dolorosamente, su vitalidad y energía pero, sobre todo, su habitación, en la que habían vivido tan buenos momentos. Cada vez que le recordaba se le venía el mundo encima, él había sido su todo. Vio ante sus ojos a la Ania de antaño, una chica muy afortunada, que estando junto a su caballero andante sentía que no necesitaba nada ni a nadie más, su vida era perfecta. Una muchacha risueña, que creía que sus deseos se harían realidad, que su vida sería como un sueño, pero que lentamente se tornó en pesadilla. Tras su partida ella quedó conmocionada, se convirtió en una persona vacía, triste, que no lograba disfrutar de la vida y que ocultaba todos estos sentimientos tras una máscara y se pintaba su mejor sonrisa cada día. Su vida se había transformado en una obra de teatro, en la que ella era feliz, podía volver a amar y disfrutar, pero en la vida real se había vuelto una persona distante, con miedo a las relaciones, con miedo a ser engañada, a que le hicieran daño. Comenzó a sentir que sus sentimientos eran una debilidad, algo de lo que debía avergonzarse, pensamientos oscuros se apoderaron de ella, había incluso considerado quitarse la vida, aunque se veía incapaz de hacerlo y no sabía si esto la convertía en una persona valiente o cobarde. De todas formas ya se sentía como muerta en vida, le faltaba el aire para respirar, se sentía desnuda, indefensa, desprotegida, desasida de toda fuerza y voluntad de seguir adelante un solo día más y aún así ahí estaba, sobreviviendo con un enorme vacío en su pecho, como si le hubiesen extirpado el corazón. Se preguntó cuánto tiempo podría seguir así.

Se sentía ridícula por todos esos pensamientos, al fin y al cabo ¿cómo iba a saber una niña de quince años lo que era el amor? Aunque desde que él se marchó ella se sentía mucho más que una niña y todavía hoy, dos años después de su partida, a sus diecisiete años, ella era un alma en pena. Sentía que jamás volvería a amar a nadie de ese modo, del modo en que le había amado a él. Sin duda nunca había sentido algo tan fuerte por otra persona, no creía que volviera a sentirlo jamás, la había marcado de por vida.
Era consciente de que él no iba a volver como ella habría deseado, como tantas veces había soñado. Él había rehecho su vida, seguramente eso fuera lo más sensato, considerando que se encontraban en la flor de la vida, pero ella se sentía como una rosa marchita. Por un momento se preguntó si él la recordaría, si la habría amado como ella lo amó a él, si por un breve período de tiempo se sintió tan desolado como ella, si jamás la echó de menos, si todavía recordaba su voz, sus besos, su contacto, su mirada, la felicidad que desprendía por cada poro de su piel al estar con él, el amor que transmitía, si tendría una remota idea de cómo se sentía ella en aquel momento, si a él le importarían estos sentimientos.

El vacío y la oscuridad se apoderaron de ella, comenzó a pensar que no valía la pena torturarse con esas cosas, los pequeños y oscuros demonios de su feliz pasado se habían encargado de acabar con cada brizna de verde esperanza en su corazón y la habían sumergido en una total oscuridad, la inundó una melancolía y una tristeza capaces de sofocar al más fuerte, pero ella seguía en pie, con tantos recuerdos agolpándose contra su cráneo que la llenaban de vacío, iban poco a poco carcomiéndose unos a otros y amenazaban con acabar con ella. Concentraba tantos sentimientos encontrados en su interior que era incapaz de sentir nada.

Una ráfaga de frío viento invernal azotó su melena negra, haciendo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral. Durante unos segundo no fue consciente de dónde estaba. Poco a poco su oscuro pasajero fue retrocediendo, eliminando la ponzoña y el dolor que habían tintado sus venas de negro aquella noche. Sintió como sus muros volvían a alzarse piedra a piedra, y junto con ellos Ania se levantó. Era hora de volver a casa. A cada paso que daba sus salvaguardas se fortalecían de nuevo, las imaginó como los espesos muros de la iglesia a la que acudía para desmoronarse, poco a poco fue volviendo en sí y su consciencia fue ganando terreno a las sombras que habían inundado su ser, haciéndolas retroceder de nuevo dentro de la fortaleza que había construido en torno a su maltrecho corazón. Fue de repente totalmente consciente del lugar y el tiempo en que se encontraba, se sentía desmesuradamente digna por haber conseguido sobrellevar aquello, por haber vivido un sentimiento tan intenso y puro como había sido el suyo y por estar sufriendo las consecuencias de haber amado. Se veía a sí misma como una guerrera, una luchadora que lucía orgullosa sus heridas de combate con la cabeza bien alta.

Supo que echaría de menos esa sensación de grandeza y fuerza que la inundaban después de dejarse llevar a la locura y el dolor. Dentro de unos días dejaría de hacer ese frío tan inhumano que le permitía salir de su caparazón, volvería a escudarse en sus mentiras un año más. Volvería a ser esa chica animada y alegre que todos conocían, que todos creían conocer. Esperaba con ansia el próximo invierno, se cumplirían tres años desde su marcha, tal vez ya habría logrado dejar de amarlo para entonces, aunque dudaba que eso fuera posible. Sabía que en cuanto volviera a hacer aquel frío que penetraba su piel como pequeñas dagas de hielo, su interior volvería a ser habitado por un gran caos y las zarzas de los recuerdos de su amor habrían alcanzado el tamaño suficiente como para sobrepasar sus muros de protección y pronto se vería rebasada de nuevo. Quería con todas sus fuerzas dejar de sentir, prefería ser una persona sin sentimientos a una tan desdichada que se veía obligada a mentir a sus seres queridos para que todo pareciera estar bien. Esperaba desde lo más profundo de su despedazado corazón que esa hubiese sido su última sonata de invierno.
 
Antiguo 11-ene-2013  

Plasmas bien tus sentimientos.
Solo tengo una cosa que decir: De amor nadie se muere, que gran mentira.
 
Antiguo 11-ene-2013  

esta bonito tu texto, hasta me hizo llorar

deberias dedicarte a esto de seguro te ira muy bien

saludos
 
Antiguo 11-ene-2013  

Wow! Muchísimas gracias
 
Antiguo 11-ene-2013  

no suelo leer los hilos tochos por pereza, suelo leer los primeras frases para saber de que va, pero tu forma de escribir es amena, tiene encanto y he leido hasta el final, , te animo a que sigas escribiendo, tienes talento.
 
Antiguo 19-ene-2013  

Pendiente de leer.
 
Respuesta


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