Detesto ver que el progreso técnico, producto de la acumulación social (es impensable hablar de automóviles o computadoras si no hay quien cultive alimentos o haya realizado un descubrimiento o invención previa que les posibilitase existir), no sólo quede en unas cuantas manos -parasitarias, por lo general- sino que, peor aún, no conduzca a la emancipación del trabajo.
Es un hecho fácilmente comprobable que las sociedades contemporáneas son bastante más productivas que, para no ir tan lejos, hace un siglo (y aún con esos niveles de producción les bastó para llevar al mundo al Primer Gran Desastre. ¿Algo inherente de la Modernidad burguesa y nacionalista? Seguramente), es decir, que en una hora la misma cantidad de factores de producción empleados tienen una mayor producción; y es precisamente eso lo escandaloso, lo que me cabrea: que pese a ser capaces de librarnos de tantas preocupaciones materiales con esfuerzos bastante reducidos y simplificados, sigamos supeditados al trabajo constante, a esa yaga destinada a no más que la satisfacción de necesidades que fácilmente podrían ser proveídas en conjunto por la técnica y tecnología disponible.
¿No sería más provechoso organizar el estado de las cosas (no necesariamente un Estado...) de modo en que, por ejemplo, los alimentos o el vestido sean un -mal- recuerdo del pasado? Supongo que habrá aquí un tufillo del progresismo decimonónico de Marx y, en general, de historicismo: después de todo, él valoraba al capitalismo por su capacidad de producción. Incluso habrá un principio de socialismo (aunque, siendo honesto, más bien es planificación). Pero, en todo caso, yo contesto que sí, que desde el momento en que el pan de cada día deje de ser un problema, verdaderamente es posible decir que la humanidad ha progresado; el resto no es más que la Historia de la Miseria.
Pero nos empeñamos en seguir llenando las páginas esa Historia. Cada día, a cada hora, a cada instante el trabajo nos acosa para poder sobrevivir, dejando solo un margen insultante a vivir. Ya no necesitamos, por poner un número cualquiera (soy un ignorante completo de los procesos agrarios; qué vergüenza), cien hombres y mujeres para cosechar, pues basta con veinte para conseguir el mismo -y a veces mejor- resultado. Y sin embargo esas ochenta personas (o las cien si se organizan solidariamente rotando las tareas) no dispondrán del tiempo libre conquistado por la eficiencia. Al contrario, deberán buscar un nuevo empleo: el trabajo, antes que reducirse, crece y se diversifica (!qué maldición!). Pero con ello no acaba toda la cuestión, o tal vez sí pero no he señalado las últimas consecuencias, y es que ese desplazamiento de trabajo
Blah... Blah.. Blah... Lo termino después; ahora no tengo ánimos ni ingenio para escribir (como si alguna vez lo hubiese tenido), es más, creo que ni siquiera ideas. De todos modos esto no lo lee ni Quetzalcóatl ni nadie, aparte de que ha quedado un lío, un embrollo que ni yo entiendo.
|