Son escasos: trabajar y tener pareja. Así es en mi familia.
Inútil intentar una opinión en esta casa, si se carece de experiencia laboral o amorosa. La capacidad individual para reflexionar sobre esto o aquello, es irrelevante.
Claro, no importa que uno haya trabajado de ayudante de plomero; cambiar caños y destapar inodoros lo habilita a uno para opinar de Dios, la situación política del país, de qué se alimenta el gorrión, o de los razonamientos erróneos de un familiar con el cerebro aturdido por las pastillas.
La experiencia amorosa se presenta como escudo protector de burlas, insinuaciones y alusiones mal intencionadas. Orgullo de la familia aquel que traiga un hijo al mundo sin enterarse; bicho raro, el que decida pensarlo bien antes de intentarlo.
Pero quizá deba considerar todo esto desde otro punto de vista. Lo que ellos juzgan respecto a estas dos cosas, tan simples, es la capacidad de uno de hacerse con ellas y lidiar con las mismas, como lo hace todo el mundo, aparentemente sin mayor esfuerzo. El que no es capaz, decididamente debe de ser un estúpido mental para ellos. Yo nunca tuve trabajo, ni pareja, en consecuencia soy un estúpido mental, y finalmente, no puedo opinar. Que Dios me ayude.
Como sea, me parece que muchas veces son malos e injustos. Que mi propia familia se burle de mí me parece aberrante. Los odio aveces.