Mañana tengo un análisis de sangre y mientras volvía a casa en el autobús pensaba en ello y ya sentía el aguijonazo en el brazo, al punto de necesitar cubrirme la zona con la mano para que el calor disipara la sensación. Creo que si alguien hubiese mirado mi rostro habría encontrado una expresión de angustia.
Cuando era niña siempre afrontaba las vacunas con valentía. Nunca me había supuesto un problema, además, tenía el truco de pensar en cosas felices para distraer mi cerebro y funcionaba, esto es hasta que creció un quiste en mi ceja y decidieron extirparlo. La anestesia local, quizá dos pinchazos, fue un dolor terrible y asentó los cimientos para un pánico a las agujas que aumenta progresivamente con cada exposición.
No volví a querer saber de pinchazos. Empecé a saltarme vacunas. Con suerte mi familia nunca ha seguido la costumbre de realizar visitas rutinarias al médico, así que pasaban años hasta que me pedían un análisis por algún problema puntual.
Pero últimamente no hacen más que encontrarme enfermedades y me veo sometida a análisis y pinchazos cada poco tiempo.
Antes de navidad, un cateterismo. Una vía en el brazo, anestesia en la pierna.
Lejos de disipar mi miedo, puesto que la vía en el brazo fue muy cómoda, aquel aumentó.
Después de navidad me pidieron sangre por otro problema.
Según me acercaba a las puertas del centro veía salir a la gente con el algodón en el brazo y me fallaban las fuerzas. La gente estaba quejándose de que había una novata que pinchaba mal. La fortuna hizo que me tocase con ella.
Me hizo daño, pero lo peor fue cuando fue a cambiar el tubo y movió la aguja.
Mi cuerpo fue lo suficientemente amable como para esperar a que me la quitase antes de perder la vista y, segundos después, la consciencia.
Por supuesto, esto fue la gota que colmó el vaso y ahora tengo aún más miedo si cabe. Ahora pienso que seguramente me vuelva a desmayar en cualquier análisis. Ahora somatizo un dolor más agudo de lo que en realidad es. No sé cómo voy a afrontarlo mañana. Pensarlo me da angustia.
El momento en la sala de espera. Los segundos antes del pinchazo. Los pálpitos de la vena y la sensación de succión. Mi cerebro me hace revivirlo todo con una viveza pasmosa.
Por alguna razón adora traicionarme, sabotearme, torturarme.
Me vendría bien algún consejo. Ojalá pudiese preguntarle al psicólogo, pero no podré verle hasta el mes que viene.