Cuando iba al instituto, una compañera de clase me preguntó con cara de profunda curiosidad: "Oye, tú por qué no hablas nunca?". Me quedé estupefacto ante tan insolente y descarada pregunta, y tras unos segundos de mirarla fijamente le contesté: "Porque no tengo ganas". No sé qué respuesta esperaba, quizá que había hecho voto de silencio o algo por el estilo, porque me miraba como si yo escondiera un secreto insondable. Hay que decir que era una de las más escandalosas de la clase, así que yo le debía parecer un ejemplar digno de estudio, como cuando un niño pincha una mierda con un palo para comprobar su textura.