Viendo tantos hilos últimamente sobre el fenómeno del llanto y, con todos los respetos, de respuestas muy obvias, me animo a proponer un tema más profundo para saber qué poderosas razones hay para soltar una lágrima. No creo que sea cuestión de ser más sentimental porque se llore más o menos, sino el motivo es donde radica la importancia que le damos al acto, también lo marcados que estamos por experiencias previas conductoras del lamento.
Para mí son varios los motivos, pero me crea una profunda desazón la injusticia y el sufrimiento del débil. Cuando observo, leo o soy testigo de crueldad vejatoria sin reparación me asaltan las lágrimas a mi rostro. Luego, me indigno, deseando el mayor de los males para los desaprensivos; sin embargo, la primera postura es llorar. Si, además, me hago consciente de las pocas o nulas probabilidades de reparación del daño, sencillamente acabo ahogándome en la pena.
Ayer vi el vídeo que circula sobre unas agresiones de militares españoles en
Irak y me invadió ese sentimiento. Las patadas, los insultos, el lenguaje cuartelario, la vesania del filmador, la indefensión de las víctimas... Creo que lloro porque me reafirmo en el hedor tan reluctante que produce este mundo.