Rimbaud
«Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se
abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. — Y la hallé amarga. Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz. No hay partida. —Reanudemos los caminos de aquí, cargado de mi vicio, el vicio que ha hundido sus raíces de sufrimiento a mi lado, desde la edad del juicio— que asciende al cielo, me golpea, me tira, me arrastra. La última inocencia y la última timidez. Está dicho. No traer al mundo ni mis repugnancias ni mis traiciones. Pero la orgía y la camaradería de las mujeres me estaban prohibidas. Ni siquiera un compañero. Me veía ante una multitud exasperada, delante del pelotón de ejecución, llorando la desgracia de que no hubieran podido comprender, y perdonando. Yo nunca formé parte de este pueblo No he hecho mal alguno. Los días van a serme leves, se me ahorrará el arrepentimiento. No habré conocido los tormentos del alma casi muerta para el bien, donde se alza la luz tan severa como los cirios funerarios. Puedo morir de amor terrenal, morir de entrega. ¡He dejado almas cuyo dolor aumentará con mi partida! Me escogéis entre los náufragos; quienes se quedan, ¿no son acaso amigos míos? El aburrimiento ya no es mi amor. Las rabias, los desenfrenos, la locura, cuyos impulsos todos, cuyos desastres conozco, — toda mi carga está depositada. Valoremos sin vértigo el alcance de mi inocencia. Quiero la libertad dentro de la salvación: ¿cómo perseguirla? Los gustos frívolos me han abandonado. Ya no hay necesidad de entrega ni de amor divino. No añoro el siglo de los corazones sensibles. Cada cual tiene su razón, desprecio y caridad: yo con servo mi puesto en lo alto de la angélica escala del sentido común. En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no… no, no la quiero. Me disipo demasiado, soy demasiado débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad; pero mi vida no pesa lo suficiente, se eleva y flota muy por encima de la acción, ese querido lugar del mundo. ¡Farsa continua! Mi inocencia me haría llorar. La vida es la farsa a sostener entre todos. ¡Tengo todos los talentos! — No hay nadie aquí, y hay alguien: no querría divulgar mi tesoro. Y pensemos en mí. Todo esto me hace añorar poco el mundo. Tengo la suerte de no sufrir más. Mi vida no fue más que locuras suaves, qué lamentable. Decididamente, estamos fuera del mundo. Ningún sonido ya. Me ha desaparecido el tacto… Las tardes, las mañanas, las noches, los días… ¡Qué cansado estoy! “No me gustan las mujeres. Hay que volver a inventar el amor, ya se sabe. Las mujeres ya no alcanzan a desear más que una situación asegurada. Una vez ganada esta situación, el corazón y la belleza se dejan de lado; no queda sino frío desdén, alimento del matrimonio, hoy en día. O bien veo mujeres con las señales de la dicha; de ellas habría podido hacer buenas amigas, si no las hubiera devorado antes algún bruto con sensibilidad de hoguera… Tuve razón cuando despreciaba a los individuos que no dejarían escapar la oportunidad de una caricia, parásitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas están tan poco de acuerdo con nosotros. Tuve razón en todos mis desdenes: ¡la prueba es que me evado! Aún ayer, suspiraba: «¡Cielos! ¡No somos pocos los condenados, aquí abajo! ¡Y cuánto tiempo lleva ya en sus filas! Los conozco a todos. Nos reconocemos siempre; nos damos asco. La claridad nos es desconocida. Pero somos corteses: nuestras relaciones con el mundo son muy correctas.» ¿Hay de qué sorprenderse? ¡El mundo, los mercaderes, los ingenuos! — Nosotros no estamos deshonrados. — Pero, ¿cómo nos recibirían los elegidos? Y hay gentes ariscas y alegres, falsos elegidos, puesto que necesitamos audacia o humildad para abordarlos. Son los únicos elegidos. ¿No tuve una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de escribirse en hojas de oro? — ¡Demasiada suerte! ¿Por qué crimen, por qué error, he merecido mi debilidad actual? Vosotros, quienes pretendéis que los animales sollocen de pena, que los enfermos se desesperen, que los cadáveres tengan malos sueños, tratad de contar mi caída y mi dormir. En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y adelante. Pero ¡ni una sola mano amiga! Y ¿dónde hallar socorro? Sí, la hora nueva es por lo menos muy severa. Porque puedo decir que la victoria me ha sido otorgada: el crujir de dientes, el chisporroteo del fuego, los suspiros apes - tados, van moderándose. Todos los recuerdos inmundos se borran. Mis últimas añoranzas levanta el vuelo ¡Qué decía de mano amiga! Una buena ventaja es que puedo reírme de los viejos amores engañosos, y cubrir de bochorno a las parejas embusteras, — he visto, allá abajo, el infierno de las mujeres; — y me será lícito poseer la verdad en un alma y un cuerpo. |
Prometo q he intentado leerlo un par de veces,pero apenas consigo pasar del cuarto o quinto parrafo.Intuyo que el hombre estaba un pelin deprimido.
|
no entendi mucho, creo que intuyo lo mismo que lopez :P
|
Pues chicos...se entiende perfectamente.
Y como en "asunto" claramente se indica, se trata de un poema de Arthur Rimbaud, un poeta simbolista francés del siglo XIX. Es un fragmento de Una temporada en el infierno, pero casi que es mejor que no lo entendáis, porque no lo veo muy positivo.... |
Pues además de simbolista, el tío parece un existencialista de cojones.
Saludos!!! |
La franja horaria es GMT +1. Ahora son las 17:48. |
Desarrollado por: vBulletin® Versión 3.8.11
Derechos de Autor ©2000 - 2024, Jelsoft Enterprises Ltd.