-He llegado a la conclusión de que más que nuestra imagen física o nuestra forma de pensar, somos lo que hacemos. Tal vez cuando no queremos confrontar a nuestros semejantes es porque estamos sometiendo a nuestro cuerpo y nuestra mente, a hábitos, actos, costumbres que los contaminan, lo que de algún modo se refleja y por tanto nos avergüenza.
¿Intentar nuevos métodos? ¿Ejercitar actitudes más nobles, más en función del bienestar de los demás?
-Podemos elegir envidiar o no. Basta decidir “aceptar la suerte de los otros” como un gran paso hacia la disminución de nuestras ansiedades. Acercarse a lo que se anhela con serenidad, sin estratagemas para el asalto.