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Iniciado por aintzane
Yo he viajado muchísimo en bus, y trayectos largos además, de horas. Lo último que deseo en el mundo es tener a alguien sentado al lado. No va a haber ningún tipo de interacción, de hecho, en años que llevo viajando en bus prácticamente nunca me han dirigido la palabra, pero es un rollo porque ya no puedes dejar tus cosas al lado y no en el suelo o encima de ti, el reposabrazos...
También es preferible no tener a nadie justo delante, por eso de que luego reclinan el asiento, y nadie detrás para poder reclinar tu asiento agusto.
Confieso que he llegado a hacerme la dormida aún cuando el autobús no había partido, y con todas mis cosas (forro polar, riñonera) en el asiento de al lado, para que si alguien tenía que sentarse en dicho asiento, pasase de largo... por no despertarme (y funcionó, menos mal que había asientos libres y no tuvo que volver).
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Me ha hecho mucha gracia tu comentario. Jo, pues no me he hecho yo veces el dormido ni nada, sólo por quitarme de en medio conversaciones incómodas. De pequeño recuerdo que volvía de Madrid y tenía lugar una conversación un tanto embarazosa sobre el cristianismo con mi tío. Allí llegué a quedarme dormido incluso las tres horitas del viaje de vuelta. ¡Que horror!
Más recientemente, recuerdo con una mezcla de simpatía y repelús aquel momento, también de vuelta de Madrid, en mis tiempos de posgrado allí, cuando volvía en el ultimo asiento (ideal si no fuera por el hecho de que los respaldos están tiesísimos), el de los no fumadores por aquella época, y me encontré con una mujer un tanto meticona.
En este caso no era yo el que me hacía el dormido sino ella. Era verano y yo volvía a mi ciudad con una resaca encima (la mayor que haya cogido nunca) resultado del último día de fiesta en Madrid (aquellas sí que eran fiestas). ¡A punto había estado de no coger el autobús!
El caso es que esa mujer empezó a dejar caer la cabeza sobre mi hombro. No una sino dos y tres y no sé cuantas más veces. Si no hubiese estado tan mal me hubiese resultado simpático. Tenía 23 añitos y aquella mujer o quería jugar conmigo o ligar o yo que sé. El caso es que al final la dije que me dejase en paz, que yo también quería dormir, lo cual era cierto porque me dolía la cabeza de mala manera.
El bus suele dar siempre mucho juego pero en mi opinión es el tren el lugar definitivo. ¡Allí si que no tienes escapatoria! Especialmente por el tema de los asientos opuestos... ¡Que desagradable! Aunque he de decir que es precisamente en tales vagones donde he tenido momentos inolvidables de socialización, con gente especialmente agradable, desconocidos con los que he hecho muy buenas migas, llegándonos a contar nuestras vidas... ¡Ay, esos viajecitos Burgos-Bilbao! ¡Que tiempos!