Tan malo es un extremo como el otro, no hay que dejar de hacer cosas por pensarlo demasiado pero tampoco hay que hacer todo lo que se te venga a la cabeza sin pensarlo. Como todo en la vida, los extremos siempre son malos.
En cuanto a mí peco de ambas cosas, en ocasiones de ser demasiado impulsiva sin pararme a meditar las cosas y en otras ocasiones pienso demasiado las cosas y sus inconvenientes (mi nula autoestima suele jugar un papel crucial en estas situaciones) y dejo de hacer cosas que me gustan o me agobio demasiado pensando en ello. Ahora trato de no pisar ningún extremo, pero voy avanzando poco a poco.