Después de los comentarios de ANGELL me he acordado del viejo debate que volvió a asomar el morro (en el canal de noticias NBC) con la aparición de los vídeos y fotos de Cho Seung-Hui, autor de la masacre de Virginia Tech (16 de abril 2007), en los que este parecía recrear gestos y actitudes del actor Choi Min-Sik en “Old boy” (Park Chan-Wook, 2003), en los que una pegunta volvió a repetirse: ¿Es demostrable una relación directa de causa/efecto entre una película violenta y el acto violento cometido por uno de sus espectadores?. Y es más, ¿debería autocensurarse el arte? ¿Hay que establecer nuevas leyes de regulación para imponer límites a la creatividad? y la más importante: en realidad, ¿tiene el arte que ser responsable? Y su coda: y, en todo caso, ¿responsable... de qué?
En julio de 1973, el asesinato del sin techo de 60 años David McManus, en Oxford Ceown Court, fue rápidamente clasificado como daño colateral del pernicioso influjo de “La Naranja Mecánica” (1971) de Kubrick, sobre la juventud. El asesino era un chaval de 16 años que había pateado al mendigo hasta la muerte y le había sustraído la ridícula libra y media que llevaba en sus bolsillos. Quien subrayó el vínculo entre ficción y realidad “más allá de toda duda razonable” fue Roger Gray, el abogado defensor del muchacho. Hay, no obstante, en la letra pequeña del caso un detalle relevante: el asesino no había visto, en realidad, la película de Kubrick... pero sus amigos le habían hablado de ella y le habían instado a cometer la agresión. Antes y después de ese caso hubo muchos otros macabros incidentes que llevaron a fiscales y jueces a mentar la película de Kubrick como musa inspiradora.
Kubrick decidió retirar la película del mercado británico despúes de que la policía se lo aconsejara, una vez que la familia Kubrick hubiese recibido en su propio hogar amenazas de muerte. Su decisión ocasionó que el público británico se quedara sin acceso a lo que muchos consideran una auténtica obra maestra durante 27 años. Resulta curioso comprobar cómo, durante ese tiempo de aséptica omisión, la prensa británica publicó la noticia de un delito vinculado a “La Naranja Mecánica”, aunque cometido fuera de las fronteras británicas: el 24 de agosto de 1990, un adolescente de Pittsburg fue condenado a cadena perpetua tras apuñalar y estrangular hasta la muerte a uno de sus amigos. El acusado declaraba estar influenciado por la película de Kubrick: olvidaba, no obstante, mencionar que en “La naranja mecánica” nadie muere apuñalado, ni estrangulado.
Si algún meapilas del s. XXI tuviese ocasión de formularle a Isidoro Duchase, falso conde de Lautréamont, algunas de estas preguntas, su respuesta quizá podría tener más sentido del espectáculo que la escena del pasillo de "Old Boy" y la violación a ritmo de Gene Kelly de “La Naranja Mecánica” juntas. Lautréamont, feroz visionario del XIX que soñó con “introducir la prostitución en el seno de las familias”, fue surrealista y situacionista mucho antes de que estos movimientos existieran, y encarnó la idea del artista maligno: alguien capaz de situar al lector en esa extrema posición moral que solo puede conquistarse con cierta posibilidad de supervivencia a través del arte. La cuestión no es si el arte debe ser benigno o maligno, responsable o irresponsable: la cuestión es que solo a través del arte se puede ser realmente maligno e irresponsable. Lo sabía el Marqués de Sade, y lo sabe hoy J.G. Ballard, por ejemplo. Entre otras muchas cosas, el arte está ahí para que podamos asomarnos al Infierno, sin que se nos queme nada más que los bordes del alma.
El pasado 1 de marzo, el cineasta David Lynch, acompañado del físico cuántico Donovan Leitch, anunció en un webcast que la fundación que lleva su nombre ha invertido 5 millones de $ en un plan para acabar de una vez por todas con la violencia en los institutos norteamericanos, a partir de lo que algunos llaman la Meditación Trascendental.
De momento, los investigadores no han podido demostrar que Cho Seung-hui viera, efectivamente, “Old Boy” antes de perpetrar la masacre. Quizá, si durante sus preparativos, hubiese optado por ver “Inland Empire”, ahora mismo no estaríamos hablando de todo esto.
En resumen, y en mi opinión, el arte puede engendrar violencia (en alguien ya de por sí tarada) pero, a la vez, es una de las mejores vías para eliminarla.
|