Vaya nochecita dieron los gallos… ¿quién se inventó que solo cantan al amanecer? En algún momento el sueño venció al canto, pero tras descansar unas pocas horas, a las seis de la mañana, cuando el sol comienza a calentar con débiles rayos el pueblo, los cantos han vuelto a vencer y Mandy no logra dormir.
No hay calefacción, hay estufa, pero nunca se mantiene encendida por la noche, así que sabe que al salir de la cama sentirá un tonificante frío que junto al café servirá para ponerla en marcha, pero hasta que se levante, también hace a la cama significar mucho más confort. Se arrebuja entre las mantas que mantienen su propio calor hasta que los putos gallos y las obligaciones vuelven a vencer. Las onomatopeyas de los gallos son de las que más cambian de un país a otro, piensa mientras se toma un chocolate caliente preparado en cocina de gas.
Sale de su pequeña, vieja e inmensamente acogedora casita de madera y piedra, descolgando su bastón del tirante que sostiene el peso del tejado y que hace las veces de estantería y calzándose las botas. El viento es frío y transporta la humedad de la noche, junto con olor a hierba mojada, el cielo está más o menos claro, poblado por un par de nubes blancas y un par de cuervos que se disputan con un águila su desayuno en forma de víbora. Mandy aspira aire, como preparándose para el resto del día, y comienza a caminar en dirección a la fuente. De la que pasa golpea con el bastón una vieja jaula para pájaros oxidada, que alguien que no recuerda dejó colgada allí como regalo hace tiempo...
Un murete rústico medio comido por la hierba, que separa su casita de la zona del ganado, se mantiene a lo largo de los años a base de recolocar las piedras que van cayendo. Tras él, un ternero de muy poco tiempo, con el pelo aun despeinado y marrón oscuro, pega los típicos cabezazos a la madre mientras mama de sus ubres, de la que pasa, les tira el pan muy viejo a las vacas y se queda parte en la mano para que se acostumbren a ella. Las vacas suelen tardar más que los caballos en acostumbrarse a los humanos. Mientras una se acerca en busca del pan, al intentar cogerlo con la lengua, le lame la mano. La lengua es cálida y rasposa, a Mandy se le escapa una risita, le hacen gracia las vacas, después sigue su camino.
Algunos insectos alados, destacando por su tamaño las libélulas en esa época del año, le hacen compañía por el camino, siendo cada vez más a medida que se acerca a la fuente. Una vez allí, recoge agua de la fuente que da a un antiguo lavadero en el que ahora habitan salamandras, ranas y sapos, zapateros y algún que otro mosquito. La fuente está al final de un pequeño valle, llegar a ella desde su casita es media hora y se plantea que el año que viene será difícil llegar y tendrá que llevar machete, las plantas comienzan a comer terreno ahora que la senda es usada solo por ella. Carga varios litros de agua, más de 10 litros. Y hace el camino de vuelta, encontrando signos que muestran el paso de jabalís en algunos puntos.
Después de dejar el agua a la entrada de casa, se dispone a dar de comer a las gallinas, encontrándose según se acerca, con una Zorra que, con dos gallinas muertas en la boca, sale escopetada hacia el bosque. El agujero que ha hecho para entrar tendrá casi un metro de profundidad. Al menos ha silenciado a los putos gallos, casi se lo agradece, no tenía muchas gallinas. Recoge los huevos que han quedado ahí antes de que se estropeen, esta noche cenará una gran tortilla.
Entonces coge el hacha para cortar algo de leña y mira hacia el cielo de nuevo, donde ve a alguien mirándola a través de un cuadrado, una cara envuelta en sus sentimientos, el cuadrado pone “fobiasocial.net” y los ojos sonríen mientras ella se cae de culo al suelo gritando ¡No me mates joder! ¿Quién coño eres? y sin saber por qué, en un acto reflejo, guiña un ojo.
