Si algo me ha decepcionado del mundo laboral (en lo relativo a las relaciones interpersonales) es comprobar cómo la mayoría de la gente tiende a repetir los comportamientos infantiles y gregarios que tanto me fastidiaban en la infancia. Es simplemente grotesco ver a personas supuestamente adultas humillar en público y menospreciar por la espalda a quien no comparte su forma de ver el mundo (no hablo de acoso laboral, ojo).
Para mí, esto tiene el inconveniente de que no tengo armas para reaccionar, nunca sé qué contestar en cada momento cuando soy objeto de burlas (sí, tal como si aún siguiese en la escuela). No voy a decir que odie a esas personas, o mejor dicho, ya no odio a esas personas (cuestión de edad, supongo), pero sí me dan rabia por la impotencia que me hacen sentir y el efecto devastador que tienen en mi autoestima (la poca que tengo y que me ha costado encontrar).
Luego, odiar, en el sentido más literal, pues no. Pero estar hasta las narices y que me resulten indiferentes, pues sí.
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