Principios de Noviembre e irremediablemente me vengo abajo. Ayer sentí otra vez la dura frialdad de saberme solo en este tugurio. Me descubrí, de repente, callejeando sin rumbo fijo con la única intención de encontrar un lugar donde poder tomarme algo y ver el derbi. Visionar un partido de fútbol es una de esas aficiones que te puedes permitir sin necesidad de recurrir a nadie; te quedas plantado frente al televisor, con suerte apoyado en la barra del bar y bebiendo un refresco o una caña. Nadie se percata de que estás solo, todo el mundo pendiente de la pantalla; cuando hay que celebrar los goles si te pones algo eufórico, incluso logras entablar una mínima conversación con otra persona cercana que vibra con la jugada como tú. O, en el mejor de los casos, te pones a cantar con el resto de aficionados. ¿Suerte? Pues no. Porque acabado el trámite, el ritual dominguero, se vuelve uno por donde ha venido. Con mayor sensación de vacío si los reflexionas, pero, ¿para qué se inventó el fútbol si no es como una droga dura que te evade de los problemas?
Podría haber sido un domingo bien distinto, sin embargo, estas son las circunstancias. Tampoco se puede hacer más, hay que aceptar la realidad tal y como viene. Será cuestión de acostumbrarse según he leído en otro hilo. Pero cuesta, ¡vaya si cuesta! El caso es que parece que la apatía me puede porque, o esto lo cambio yo o no hay remedio posible. Si es que ya ni llamo a determinados colegas porque sé que es imposible que se muevan. Hay ocasiones en que me maravilla esa capacidad de algunas personas de estar tan satisfechas con no hacer nada, no pintar nada, con vivir en la nada. A mí me deprime, en cambio otros tan contentos o, como mínimo, no les parece tan triste como para decidirse a actuar de otra manera.
Y es aquí cuando a uno le invade la melancolía. ¡Qué tiempos aquellos en los cuales te sentías tan a gusto porque las cosas iban justo como deseabas! Ni eran perfectas, ni horribles; nada idealizado, simplemente eran. Te dabas cuenta cómo todo funcionaba que ríanse de los relojes suizos. La vida tenía su sentido; ahora no es que no lo tenga, pero es un constante dejá vú. ¡Esto lo he vivido ya! Dando vueltas y vueltas sin parar, total llegas siempre al mismo sitio de donde partiste. Creo que ni me tomo en serio a mí mismo. Estoy por cumplir el expediente, sin mayor aliciente que mi propia curiosidad por las cosas (cada vez menos por las personas) que me rodean. Cada nuevo impulso y ánimo se ve truncado. Lo peor es que tampoco tengo ningún motivo para quejarme (como siempre), aunque esto suene a queja (como siempre). Las cosas no van objetivamente mal; al contrario, debo sentirme un privilegiado en este foro leyendo tantos traumas y tantas soledades absolutas. No es consuelo tampoco la vida de los demás. ¿Por qué las cosas tuvieron que desarrollarse de forma tan ingrata? Diga lo que diga, haga lo que haga no creo poder quitarme esa pesada losa que me acompaña desde hace dos años…TQMV.