Estaba esperando mi turno en la caja del Hipercor, con la cesta descansando en el suelo y un buen montón de gente, en fila, detrás. La cajera de al lado, una conocida que tenía la caja cerrada mientras trabajaba con unos papeles, me ve y me hace un gesto con la mano, yo dejo la cesta, que estaba en el suelo, como reserva de plaza y me acerco a saludarla. La idea era decirle algo rápido, un par de palabras y volver a la cola donde me esperaba la cesta. Cuando me estoy aproximando a ella, sonriendo como un idiota, veo que su mirada se desvía horrorizada hacia un punto indefinido detrás mio, me doy la vuelta y ¿qué es lo que veo? la fila de personas que tenía detrás me siguen como zombies con sus cestos y carros, avanzando hacia lo que creen que es una nueva caja abierta.
Me dirijo, para enderezar el entuerto, a los primeros que venían detrás diciéndoles que en realidad la caja está cerrada; mi amiga por su parte hace lo propio y, roja como un tomate, trata de disculparse como puede por el malentendido. Cuando la gente que me ha seguido comprende lo que ha pasado la fila se deshace, perdiendo el orden, y al ir a incorporarse a la cola original descubren que, lógicamente, ya no tienen sus huecos libres, los que venían detrás habían avanzado y, además, tampoco parecen tener muy claro como posicionarse entre ellos. Aquí empezaron los problemas serios, para más inri el único que tenia su sitio intacto era yo, que había dejado la cesta reservando mi lugar y volvía a estar delante de todos ellos. Una señora llegó a sugerir que lo justo sería que ella pasase delante de mi en la cola, ya que en su miope opinión yo era el “causante” de lío. Mientras detrás de mi nuca no paraban de discutir, ahí estaba yo, esperando muy tieso mi turno, con la mayor dignidad posible.
He llegado a entender el mecanismo psico-social en el que se basan los linchamientos públicos.