Acabo de venir de la calle. No vengo pletórico. Mi estupenda tarde de viernes se ha reducido en salir con mi bolsito al hombro e irme a un parque a leer un rato, hasta que oscureciera.
No tengo una vida fácil. No soy atractivo, la gente me señala a veces por la calle, concito la atención a modo de "celebrity del descarte", no tengo muchas amistades con quien salir aunque eso ya no me preocupa, no me corto el pelo todas las semanas, ni visto siempre a la moda (incluso hay ropa que ningún otro de mi propia ciudad llevaría), soy auténtico, soy independiente, soy estrambótico, raro, impredecible, extraño.
Esto hace que lleve una agenda muy apretada, la agenda del despropósito que, una vez más, se haya marcado hoy, con un apunte tan surrealista que incluso todavía me llega a sorprender.
Estaba leyendo tranquilamente mi libro cuando un señor de unos cincuenta y muchos años me empieza a hablar en francés. Yo no conozco mucho el idioma de Descartes pero lo poco que entendía no me podía entrar en la cabeza. No pedía direcciones sobre el nuevo Museo de la Evolución Humana, ni sobre la catedral, ni quería que le recomendase un sitio para cenar o para tomar una copa. ¡Que demonios! ¡Es que no era ni francés!
Sin embargo, pronto uní las piezas. El hombre no vestía el tradicional uniforme de turista sino más bien el de paisano (con todo el respeto del mundo), conciudadano mío, burgalés de pura cepa. Este tío no quería información sobre nada turístico... ¡Me preguntaba acerca de lo que estaba leyendo! ¡Estaba tratando de "ligar" conmigo! Yo, encantado de que me interpelase en francés para hacer como que no entendía nada y sorprendido por haberme hecho pasar por turista extranjero en mi propia ciudad (ya dije algo antes sobre mis ropas, especialmente las de fin de semana con un aire demasiado cosmopolita para un pue***... digo, capital de provincias).
En fin, esto me hace bajar la autoestima muchos enteros. Me encanta ser punto de interés preferente de aprendices de "gayer" recién salidos de un armario que apesta a naftalina, de cincuentones y sexagenarias hambrientos de atención, y de jubilados de estación de autobuses. ¡Dios mío, que he hecho yo para merecer esto!
Luego te encuentras con actos de generosidad tales como el de mi hermana, que me quiere presentar a una "amiga" suya a la cual llama Mari Barbola, en honor a una de las enanitas que aparecen en el famoso cuadro de "Las Meninas". Coño, pues trae, preséntame a la susodicha y no me dejes en ascuas. Comeremos lo que haya.
¿Me hundo por estas cosas? ¿Empiezo a hablar de lo triste y vacía que es mi vida? ¿De por qué nadie me hace caso? ¿De la simpleza y mediocridad que me rodea y me embarga? ¿De los enteros en calidad de vida que han bajado mis pretensiones juveniles? ¿Trato de dar pena por las esquinas? No... miro la progresión que he hecho estos últimos años, la lucha tan tremenda, las emociones a flor de piel, las alegrías y las penas, los amigos que van y vienen, las citas de dos horas, cojo todo eso y puedo decir orgullosamente ante cualquier tribunal: "¿Veis? He puesto cojones, he metido garra a mi vida, he luchado, me he descabezado, pero algo he conseguido. En todo este proceso se ha cristalizado una mejor persona. Y, además, qué demonios, tenía que intentarlo".
Y estoy como vosotros en esta lucha, que será para siempre pero da igual, esto es vida, el encarar la noche de nuestras almas y darle un fogonazo a nuestros corazones, un suspiro de vitalidad, de tenacidad, fuerza y al toro, que se dice.