Iniciado por HUMANIDAD

Yo entiendo tu punto,a veces uno se centra tanto en sus problemas que creemos que somos los que más mal la pasamos pero al ver otros problemas más graves quizás minimizamos los nuestros y vemos que no son tan graves,no porque uno se alegre de la desgracia ajena sino que a veces nos ahogamos en un vaso de agua,cuando hay personas que por ejemplo su supervivencia es una lucha diaria,que es un esfuerzo diario grandísimo sólo para conseguir agua o un poco de comida,un poco de arroz sin nada más,entonces uno siente que debe agradecer por las cosas que tiene y que nuestros problemas no son tan graves,hay mucha gente que tiene enfermedades mortales,ejemplo sida,cáncer,necesitan diálisis,etc,y tiran para adelante con mucha valentía,esa gente debería de motivarnos y darnos ánimos ya que si ellos siguen luchando cómo nosotros no lo vamos a hacer.Quizás también si somos un poco egoístas podriamos colaborar con esas personas que tienen mucho menos que nosotros con un poco de dinero aunque sea,estoy seguro que con eso entre muchas personas ayuda mucho,yo no lo hago,pero la verdad que a veces tengo remordimientos por sólo pensar en mis cosas,quizás por ese individualismo es que el mundo está tan mal y hay tanto sufrimiento,

Iniciado por Ferdinand Bardamu

Cada uno sufre en la medida en que entiende y ve en su entorno los rangos de felicidad o desgracia. Quien de la vida no espere nada y esté acostumbrado a la miseria, su percepción hará tomar por normal su pobreza y sufrimiento (que a ojos de un observador ajeno es una situación crítica). Lo mismo que hay inhibidores físicos del dolor (los anestésicos), de igual manera uno, siendo impermeable al lujo, a los placeres de la vida, se vuelve igualmente impoluto a sus carestías diarias.



Esa fotografía, famosa, (por lo frívolo del fotógrafo que encuadra y no ayuda a un famélico niño, a punto de ser pasto del carroñero; y también por el suicidio del mismo posteriormente), esa fotografía, digo, muestra el más bajo estrato humano en cuanto a lo que en occidente se llama confort, bienestar, etc. Ahora bien, por más que suene cogido por pinzas, exagerado, tremebundo, es imposible ignorar que, ese niño, en su microcosmos, quizá haya sido más feliz que muchos de aquí. Puede que haya vivido carencias, hambre, dolor físico insoportable; y sin embargo, haya tenido también momentos dichosos; haya descubierto la naturaleza con algún otro niño de la tribu, haya jugado con sus padres, haya descubierto en el más nimio detalle, un conato de felicidad centuplicado al que podamos nosotros sentir en esta sociedad veleidosa, al alcance de todo capricho. Se extrae de esto, que el grado de desgracia de cada uno no es más que una medida subjetiva, supeditada a la circunstancia que mueve nuestros hilos y nos mueven a nosotros mismos, como fantoches.

Mirar la desgracia ajena puede resultar un buen ejercicio de placebo a la carta, pero no es en absoluto una medida real. No en vano, los países titulados como los más felices del mundo, no son precisamente aquellos con mayor PIB.

Iniciado por Ferdinand Bardamu

Joder, hay que explicarlo todo. El llamarlo felicidad es por utilizar un término arbitrario. Y el ejemplo del niño no es más que anecdótico, intentando extrapolarlo a algo más general. La idea que exponía es que si uno no ha conocido la saciedad, difícilmente pueda saber qué es pasar hambre.