Iniciado por elmudito26

Coincido en que la vida es estar a gusto contigo mismo, pero la pregunta es, ¿qué pasa cuando no lo estás? Y no vale eso de repetir que no aprecio mi vida porque creo que para ser feliz hacen falta cosas que no tengo y que la felicidad está en los libros o en los museos. Nadie ha negado la validez de estas cosas, pero no creo que tenga nada que ver con lo que he expuesto. La insatisfacción no es por la carencia, sino porque estoy harto de todo, tan simple y tan complejo como eso.

Iniciado por elmudito26

Opinión respetable como todas, pero no tiene porque ser verdad aunque se repita mil veces.

Iniciado por elmudito26

He de reconocer que nunca he destacado por mi optimismo, más bien todo lo contrario. Quien tenga la santa paciencia de leer alguno de mis mensajes podrá corroborar lo que digo. Sin embargo, y a riesgo de sonar reiterativo, me doy por vencido.

Llevo años luchando contra esta enfermedad. La he abordado desde todas las perspectivas posibles, he combatido con todas las armas que uno puede tener para enfrentarse a ella (terapias, medicinas, más terapias, apoyo emocional, más terapias, ejercicios de relajación, más terapias, exposiciones y afrontamientos, la enésima terapia…). Es difícil que alguien atesore tantas metopas por esta guerra sin cuartel frente al gran enemigo. Pero, no puedo más, sinceramente, no puedo más.

Va pasando el tiempo y me noto cada vez con menos fuerzas para levantarme ante un nuevo golpe. Ya, me dirán los que me conocen, eso te ha ocurrido muchas veces y siempre has vuelto a la brega, con más ardor si cabe. No sé volví o “me volvieron”. Si a cada nuevo embiste que me da la vida yo reacciono con un “démonos otra oportunidad. Venga, seguro que en esta ocasión si sales adelante”. Vana ilusión. La realidad me vuelve a topar constantemente con la misma historia. Más que encontrar la luz al final del túnel lo que he hecho en mi vida es entretenerme en el mismo, intentando conseguir sacar algo de provecho de aquí. Como aquél boxeador sparring que se limita a dar saltitos en el ring mientras el campeón está esperando el momento en que se despiste para asestarle un puñetazo certero en el mentón. Y aquí se acaba el combate.

No puedo seguir en el dédalo, en realidad tenía que haberlo abandonado hace bastante, pero supongo que, por compensar, a falta de capacidades propias he tenido suerte como para permitirme ir saliendo con lo justo cuando parecía que todo estaba cerrado por derribo. Incluso, esa suerte me ha insuflado ánimos para continuar y dar ejemplo a otros que estaban en situación parecida o peor que la mía. Ocurre lo normal, si vives de la suerte, tarde o temprano, ésta te será esquiva y entonces te quedas desnudo e inerme ante la siguiente arremetida.

Esto me pasó a mí hace un par de meses cuando me las prometía muy felices. La suerte me abandonó por unos días, lo suficiente como para destrozarme anímicamente y mandar al carajo, literalmente todo mi proyecto de futuro. ¿Cómo es posible que una semana tan aciaga pueda arrasar con lo que habías cimentado durante casi un año? Posiblemente los cimientos no fueran sólidos, aunque no negaré que me di de bruces con gentuza de la peor especie. No importa, no es excusa, la culpa de mis desventuras es solamente mía.
Desde aquella funesta semana en que todo se quebró, ando a la deriva. No me dejaron matricularme para hacer el doctorado como era mi ilusión, dejándome compuesto y sin alternativa. Lo peor es eso, había puesto tantas expectativas en una única cesta que al estallarse todos los huevos que estaban en ella, me he quedado sin nada con que alimentarme. Y lo más triste, ya no tengo ni siquiera hambre.

Claro, sin doctorado, no hay beca. Ahora sobrevivo de mis ahorros que, tarde o temprano, menguaran lo que me llevará a la terrible tesitura de tener que elegir entre trabajar o volver a casa de mis padres. No sé que es peor o si lo sé: las dos cosas son tan horribles que me quitan mis pocas ganas de seguir adelante. No me veo con fuerzas para trabajar (menos en lo que he estudiado), ni tampoco soporto el modo de explotación capitalista donde tu fuerza y tu inteligencia quedan para servir a unos cuantos popes que, encima, te pagan un sueldo miserable, menor que la propia beca que recibía. Es patético.

Lo de volver al hogar materno es el acabose. Cada día que pasa me siento más alejado de mi familia, carezco ya de la mínima confianza con ellos. No saben cómo ayudarme ni me entienden. Siento que les estorbo en su plácida felicidad, que soy esa “oveja negra” que enturbia el rebaño. Sé que, sin embargo, llorarían amargamente mi marcha, pero yo no me considero parte de ellos. Viven en su mundo, yo en el mío y la distancia empieza a ser sideral. Ya ni me molesto en aparentar. A estas alturas ni les he contado que no he sacado los billetes para ir a verlos estas navidades…

Con los amigos, ¿qué puedo decir? Realmente no tengo y con los colegas, cada vez que quedamos es lo de siempre. Me toca volver a poner la sonrisa “profident” como si nada pasara. No puedo contarles mis desgracias porque eso es triste y no gusta la tristeza. Ni a ellos, ni a mí. Mejor volver a las apariencias que tanto me sirvieron en el pasado hasta que llegó un día en que me harté. ¿Hasta cuándo aguantaré ahora? Lo que dure la cogorza y así hasta la siguiente.

Para terminar de remacharlo todo, la chica con la que salgo también está deprimida. Mucho se ha escrito sobre lo bien que estaría tener una relación con otra persona con problemas similares, pero mis experiencias me cuentan que no es oro todo lo que reluce. Más bien es hojalata barnizada. Total, me encuentro dando ánimos y apoyo a alguien con palabras y tópicos que ni yo mismo me los creo. Por supuesto, se va notando cada vez más que es una postura teatrera. ¿Cómo voy a decirle a alguien que sí, que la vida es una mierda, que no merece la pena este pútrido hoyo en el que nos hemos metido? Feo y cruel.

Más lamentable aún es darme cuenta de que mis sentimientos no es que no vayan evolucionando es que siguen puñeteramente estancados. Vivo de los recuerdos, de lo que fui, de la gente con la que estuve, de mis épocas en la universidad, de los momentos en los que disfrutaba de ser el alegre de la casa, de la mujer a la que amé…Pasado, pasado, pasado que no va a volver y yo me empeño en recrearlo en mi memoria con la estúpida esperanza de revivir algo. Lo único que vuelve impepinablemente es la melancolía y la amargura. Te vas habituando a ella y caes, como no podía ser de otra manera, en el hastío.

Y aquí estoy yo. Hastiado, cansado, asténico, irritable, sin ánimos, sin fuerzas, sin esperanzas. Me apunté a un curso de inglés y ni siquiera voy a las clases. Cada mañana me propongo comenzar al menos a practicar, pero me voy diluyendo en mi propia desidia. Acabo la jornada, recostado en la cama, escuchando las mismas canciones de todos los días. Me doy cuenta de lo mal que ando porque oculto mi abatimiento con pensamientos intrascendentes que no me pueden dañar. Mejor pensar en lo mal que juega el Madrid o cuál será la próxima peli que me gustaría ver que reflexionar sobre mi asquerosa existencia de parásito social.

Tan bajo he caído que no he podido resistirme a escribir estas soporíferas líneas a modo de desahogo. Estoy harto, no puedo, no quiero seguir. No encuentro sentido a esta vida, no vale para nada. No quiero seguir llorando todas las noches, ni tener que tomar tranquilizantes para poder dormir. Me cansé, decidí que tiro la toalla, I want to disappear forever. Never to return. Perdonen por la parrafada

Iniciado por StrangeFruit

Nihilista ha vuelto, te echaba de menos ya.

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Nihilista ha vuelto, te echaba de menos ya.