No descubriré a nadie nada diciendo que este es un mundo muy negro y que nuestros comportamientos que nos han llevado hasta nuestra actual situación, en general, tienen su lógica y están conducidos por una especie de determinación canalizada por las circunstancias que nos ha tocado vivir.
Ayer salí con un amigo mio, discapacitado él pero de muy buena planta, con quien pasé un rato agradable. Tuvo lugar una cena distendida y divertida de dos amigos que nos conocemos desde cuando teníamos 18 años y en la cual celebramos mi cumpleaños, que tendrá lugar este martes.
Tras llenar nuestros estómagos de suculentos y exóticos productos tales como makis de calabacín, nigiris de salmon o lichis, nos dirigimos a darlo todo a la zona de marcha de nuestra ciudad. El terrible frío que hacía en la calle no anticipaba nada bueno. Sin embargo, hicimos bromas, compartimos noticias de la semana y pasamos una noche en líneas generales entretenida.
Pero yo quería centrarme en un acontecimiento que sucedió en un bar donde recalan muchos treintañeros como nosotros, que cada vez más somos como náufragos sin puerto ni destino, que deambulamos en la noche oscura, buscando una última oportunidad para poder demostrar nuestra valía como hombres, buscando un alma gemela a quien conceder todas nuestras atenciones y cariño.
En un momento dado, pudimos contemplar cómo una chica, no especialmente atractiva sino más bien todo lo contrario, empezaba a contorsionar todo su cuerpo y a bailar como poseída por un demonio, el demonio de la música y el ritmo, sin duda. Su pasión nos dejó totalmente petrificados. Esta podía ser nuestro tipo de chica. Sin embargo, desde el principio vimos cómo estaba bien custodiada por una especie de armario de cinco puertas, un vigoréxico madurito, acompañado de otros dos colegas que rondaban su misma edad.
Mi amigo, no obstante, se obcecó con tozudez en la muchacha. Esta seguía bailando con cada vez más ardor mientras nosotros dos la mirábamos: yo, con discreción y sin mucho interés, y mi amigo, realmente extasiado.
Lo que realmente me pone frenético es el hecho de que esta chica podía seguir bailando, centrada en su grupo y disfrutando de la música. Sin embargo, decidió llevarse por el lado oscuro de la feminidad, que también existe. Segura de la atracción que producía y satisfecha al sentirse observada, decidió llevar un paso más allá la jugada, realizando miradas sostenidas y provocadoras a mi compañero, el cual se estaba envalentonando poco a poco.
¿Qué podía haber surgido de allí? Sin duda, el conflicto. ¿Era necesario todo aquello? ¿Deberían este tipo de mujeres responsabilizarse de los fuegos que van encendiendo por doquier? ¿Cómo es posible que chicas más bien mediocres en su apariencia puedan provocar tales situaciones?
Mi amigo podía (y de hecho lo hizo) haberse acercado a hablar con esta chica. De no poseer una discapacidad bien patente, algunos de sus compañeros de grupo podrían haberse molestado y haber comenzado una pelea donde nosotros teníamos las de perder.
Sé que es tentador para muchas mujeres (casi todas lo podrían hacer) provocar a media masculinidad para luego poder ir sacando pecho y sentirse queridas, creerse divas, reinas de Egipto que son conducidas por brazos de hombres que las adoran y divinizan. Nuestra es la responsabilidad de echar un jarro de agua fría a estas lobas, mal ejemplo de lo que una mujer debería ser. De lo contrario, seguiremos siendo testigos de peleas y discusiones, nos llevaremos por nuestra testosterona, seguiremos siendo utilizados y manipulados por algunas mujeres que no valen en humanidad lo que creen que tienen en voluptuosidad.
Ahora espero que un chaparrón de comentarios de rechazo de las féminas del foro caiga sobre mí. Sin embargo, yo debía ser testigo una vez más de la clase de sucesos injustos que veo en la calle. Y mostrarlos ante la asamblea de fóbicos y fóbicas para el despiece y análisis oportuno. Estoy obligado a ello.