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Antiguo 20-mar-2013  

La vida no es una historia o un cuento con un final feliz, pero es posible imaginar estos finales y estas historias, y es agradable saber que aunque no nos suceden a nosotros, en algún lugar y en algún momento se cumplen o se han cumplido de alguna forma...

Caía la noche en sus recintos interiores, cerradas estaban puertas y ventanas con candados y cadenas de cruel y frio hierro, cuando un rumor se introdujo susurrante dentro de él, cargado de extrañas y variadas promesas. El mar…era el mar. ¿Cómo podía ser? Pero era. Era el mar. Subía y bajaba, lo llamaba insistente, no admitía objeción ni replica y tiraba de su árido pecho anhelante de vida. Tuvo miedo, preguntas, terror, pero mientras más dudaba, más crecía y más intensa era esta llamada, que hablaba ahora de abrazos y caricias, de besos y ternura infinita. ¿Qué podría haber hecho? No pudo resistirlo. Abrió los candados, cosas inútiles y muertas(eso pensó en ese momento), se deshizo de las cadenas e inició un largo viaje.

Muchas cosas pasaron que no relataré, pero diré que finalmente, tras muchas penurias, siguiendo ese rumor que lo guiaba sin cesar, se encontró en una extraña playa bajo un cielo nocturno cuajado de estrellas y con una luna menguante. El rumor se confundía ahora con el verdadero sonido del mar, hasta que se dio cuenta de que era prácticamente el mismo, y se maldijo por a si mismo por su locura. No había nada, solo una soledad de arena y agua sin límites que se extendía por doquier. Decidió acercarse a la orilla, para al menos refrescar sus fatigados pies en el agua, cuando poco a poco, al acercarse una forma empezó a dibujarse bajo la luz cristalina que venía del cielo. Había alguien sentado en la orilla, orientado hacia el mar.

Con temor y reverencia, se acerco y pudo darse cuenta de que era una mujer con un vestido blanco, y que el suave viento marino le agitaba el largo cabello. Se quedó esperando detrás de ella, mirando, escuchando, sin dejar de sentir ese extraño temor que se había apoderado de él. De repente, ella habló:

-Tardaste mucho-dijo. Era una voz suave, clara y amable que produjo en él una especie de trance.

El pregunto, con la voz temblorosa:

-¿Eres tu? ¿Tu me llamaste?

Ella se levanto girándose suavemente y sonriendo, y respondió:

-Acertaste.

Lo que siguió solo puede calificarse como un sueño, el más hermoso de los sueños. Le dijo que ella venía del mar, y que algunos de su especie al llegar cierto momento sentían inclinados a salir de el y a esperar algo que a veces nunca llegaba. Era una fuerza poderosa. Ella no sabía como se llamaba. Dijo que nadie hablaba de ello, pero que aquellos que salían al regresar no eran los mismos, cambiaban. ”Algo los cambia, y algunos nunca regresan”, le dijo mirándolo largamente.

Se miraron con extrañeza y maravilla, tan diferentes el uno del otro parecían. Su mirada parecía penetrar en lo más hondo de el y remover los secretos más íntimos de su interior. Quizá fuera así, y a ella le gustase lo que vio. Comenzaron a hablar de cualquier cosa. Ella le hablaba de las profundidades marinas, de la vida que llevaba ahí. Le hablaba de la Corte del Mar, de las legiones de tiburones que mantenían la paz, de los tesoros, de los animales que nunca nadie había visto, pero que existían. Se sucedían los días, y pronto aquello que había prometido la llamada que los había atraído a ambos comenzó a revelarse entre ellos. Sentían que para eso habían nacido, solo para ese momento, que no había nada más y nada más importaba.

Reían, se lamentaban, aprendían el uno del otro. Discutían, pero siempre había algo que los mantenía unidos. Un día ella dijo:

-Ahora lo entiendo. Esto es…lo que nos hace salir. ¿Me pregunto porque no todos lo harán?

El dijo:

-Tal vez todos reciben la llamada, pero solo unos pocos se atreven. Yo dudé.

-Puede ser-contesto ella-. Se necesita valor, pero te atreviste y estás aquí. Te esperé mucho tiempo. Llegué a pensar que jamás llegarías, que lo que esperaba nunca llegaría.

-Ahora eso no importa-dijo él.

-No, no importa-dijo ella, sonriendo y colmándolo de felicidad y alegría con ese simple gesto.

Ella era un ser extraordinario. Le llegó a preguntar si era una sirena o algún ser parecido, pero ella insistía en que solo era una criatura del mar. “Hecha de espuma, del brillo de perlas, del verdor de las algas, de sal, de agua…”.

Era tan misteriosa que a veces el temía hacerle preguntas, porque sus respuestas eran siempre confusas y extrañas. Las de el también la sorprendían y maravillaban de igual manera. Le habló de tantas cosas que es imposible recordarlas todas, pero lo hacía espaciadamente, normalmente permanecía callada y quieta, pensando en cosas que el no podía alcanzar a imaginar. Había una guerra entre las estrellas marinas desde hacía siglos, todas eran enemigas, decía. Las esponjas de mar tenían un carácter odioso y eran juguetonas y a veces crueles, decía. Bebía agua de mar, era todo lo que necesitaba para vivir, y le asombraba que el necesitase otras cosas, pero le ayudaba a buscarlas. Era tan inocente como una niña, amorosa y bella, pero podía mostrar una cara terrible también. La enfurecían las ballenas. Decía que eran malvadas y arrogantes, y que desafiaban a los Reyes del Mar. Nunca le dijo quienes eran estos reyes. Cuando él se lo preguntó le lanzó una mirada penetrante y desconfiada, como si quisiera obligarla a algo. Tenía secretos, pero en seguida estos momentos pasaban y volvía a ser la de siempre.

Daban largos paseos por la playa, en la que parecía que no había nadie. Nunca vieron a otra persona o algo que se le pareciera. Cada cierto tiempo pasaban cosas extrañas alrededor de ella. Las gaviotas se le acercaban, y tenían largas conversaciones de las que ella después le hacía algún resumen. Asombrosamente, las gaviotas llevaban unas vidas nada comunes. Parecía poder controlar las olas de cierta manera. El mar se alejaba de ella o se acercaba según lo quería. Podía sentir cuando iba a llover días antes de que sucediera. El sol la cansaba, las estrellas y la luna la fascinaban. Decía que la luz de las estrellas sabía bien, y que el sol era un poquito amargo después de tomarlo mucho. Hacía extraños castillos de arena en los que se metían cangrejos curiosos que parecían pedirle permiso antes de entrar en las improvisadas moradas.

Cierta vez dijo:

-¿Si todo esto terminase, te arrepentirías de haber venido a buscarme?

-¿Tu lo harías?-contestó él con otra pregunta.

Ella lo pensó un momento, y después dijo:

-No. Que dure lo que tenga que durar, y que termine si tiene que hacerlo. Pero no has respondido a mi pregunta.

Él escogió con cuidado sus palabras.

-Pienso algo parecido-dijo-. Que dure lo que tenga que durar, pero confío en que sea mucho tiempo más. Sentir esto nos hace vivir más intensamente, nos hace sabios y felices, es un verdadero regalo del mar…

Ella sonrió cuando él mencionó al mar, y se quedo escuchando algo que al parecer él no podía oír. Tras unos instantes, fijo su vista en cierto punto del horizonte y su rostro se entristeció.

-Abrázame, por favor-dijo.

El lo hizo.

Un día paseaban por la playa enlazados por la cintura, mirando, simplemente existiendo. Ella tenía la curiosa costumbre de coger cualquier cosa, como una piedra, y preguntarle cosas como esta, emocionada:

-¿Que ves aquí? En esta piedra roja.

El dudaba. Solo era una piedra, pero dijo:

-Tiene forma de corazón, si la miras atentamente, o eso me parece.

Ella lo miró como si no pudiera creer lo que el decía.

-¿Solo eso ves?-preguntó.

-Bueno…si, creo que si-respondió.

Ella pareció desanimarse un poco, pero entonces sonrió y dijo:

-Es un corazón entonces, si eso ves tu, eso es.

Siempre hacia eso, preguntarle si veía tal o cual cosa, e inventado las cosas más disparatadas posibles en ocasiones, o eso parecían. Su entusiasmo parecía decaer por momentos, y a veces pasaba triste algunos días.

Paso el tiempo. Ella se entristecía poco a poco, y su buen humor estaba desapareciendo. Quería tenerlo cerca siempre, abrazado, no quería separarse de él. Quería hablarle del mar, explicarle cosas que él no entendía, como por ejemplo como se podía tejer ropa con la luz de la luna en el lecho marino utilizando cierta planta como telar y las interesantes vidas de la flora del mar. Un día discutieron, y ella pareció enfadarse o entristecerse más de lo normal. Él le habló de otros lugares, otros sitios a los que podrían ir y conocer, pero ella no quería saber nada. El mar era lo único que le interesaba además de su compañía. No podía entender como alguien podía vivir sin ver el mar todos los días, sin entrar en sus aguas, sin escuchar su música, y cada vez que él mencionaba algo así se alteraba.

A veces se iba, se internaba en el mar y lo dejaba diciendo que la esperase. Mucho tiempo él temió que no regresara. Cada vez volvía más seria, pero no dejaba de demostrarle que su compañía era lo más grato que podía tener en esa extraña tierra en la que no existían los prodigios que ella conocía. Una vez tardo casi dos días en volver. Estaba sería, casi muda. Ese día, que en ese momento él no sabía que era el último, ella le pregunto:

-¿Que ves ahí?-dijo señalando hacia la playa.

-Las olas, el movimiento del mar-respondió él.

-¿Solo eso ves?-preguntó de nuevo, como ya le había preguntado antes tantas veces acerca de cualquier cosa que le llamaba la atención.

-¿Hay algo más que ver?-respondió él, cansado.

Ella solo lo abrazo fuertemente en silencio, pero él pudo sentir de alguna manera que estaba decepcionada.

Esa noche se desato una tormenta y despertó sobresaltado, aterido y mojado. Ella no estaba. Con una terrible angustia recorrió la playa entera en su búsqueda y se alejó tanto como se atrevió hasta que llego a unos acantilados altos. Presintió que ella estaba arriba, y subió. El cielo temblaba y el viento transportaba ráfagas de lluvia violentamente. Apenas podía mantenerse en pie entre semejante castigo, pero al subir pudo ver que ella estaba parada en la orilla del acantilado de espaldas a él, en lo mas alto, con el cabello mojado pegado a la cabeza, inmutable como la roca que la sostenía. Como una vez hace ya un tiempo, sin volverse le dijo en voz baja, con una voz que sin embargo sonó claramente en sus oídos por sobre el ruido de la lluvia y del mar enfurecido:

-Esto fue un error. Yo soy una criatura del mar, no soy como tu.

Un abismo se abrió en el centro de su pecho, una herida comenzó a formarse. Por un momento no dijo nada, solo la contempló en silencio…

-¿No estamos hechos todos de agua y de sal?-preguntó, desesperado, finalmente.

Ella negó con la cabeza.

-Así podría parecer al principio, y en cierta forma es verdad, pero no es toda la verdad. No lo es. Tú no puedes venir conmigo, y necesito volver.

-Pero tú puedes quedarte aquí.

Ella se quedó pensativa un momento y después negó suavemente de nuevo, aún de espaldas a él.

-Podría, pero este no es el mar. Contigo no puedo compartir las maravillas que hay en él. He intentado, pero no he podido. Somos demasiado diferentes…incluso las cosas más simples no puedo expresártelas. No puedes ver lo que yo veo y tienes necesidades diferentes a mí.

-Nos une algo que nos hace iguales, ¿no lo ves?-dijo, casi gritando para hacerse oír por sobre la tormenta-. ¿No puedes sentir eso? Se que puedes hacerlo.

Ella se volvió, y estaba empapada completamente, pero el pudo ver que había unos regueros azules, claros y fosforescentes que salían de sus ojos. Eran sus lágrimas, algo que hasta ese momento él no había visto, y en su rostro se expresaba un dolor que lo conmovió profundamente.

-Necesito volver, respirar el agua salada, correr por los bosques de corales, nadar entre los bancos de peces de mil colores, descubrir los secretos que guardan las cuevas más profundas de los océanos y que nadie ha visto jamás…-dijo, sollozando-. Me atas aquí, pero el mar me llama. Debo volver.

El cayó de rodillas, derrotado, conmovidos los cimientos de su ser, su alma atenazada por una pena destructiva. Sintió como ella lo tomaba de la cabeza con ambas manos, con suavidad. El embate del viento y la lluvia era casi insoportable.

-Volveré-dijo, arrodillándose, poniendo su cabeza sobre la suya.- Espérame. No será por siempre. Espera la llamada.

Ella se incorporó y tras unos momentos, él levantó el rostro. Se erguía ahí, llorando, mirándolo, con el cabello en la cara y esas extrañas lagrimas fluyendo sin control. No regresaría, estaba seguro, no lo haría. En ese momento una intensa luz se formó en el cielo, cegándolo, y después un brutal trueno resonó y lo hizo estremecerse de los pies a la cabeza, aterrorizándolo con su fuerza y su ímpetu. Cuando se recuperó y pudo pensar y ver con claridad, la tormenta había amainado y ahora solo caía una fina y suave lluvia. Ella ya no estaba.

Recorrió muchos días la playa buscándola, con la esperanza de que apareciera milagrosamente. Un largo tiempo permaneció sentado en el lugar en donde la había visto por primera vez, tratando de entender los secretos del mar que ella le había insinuado, escuchando, viendo, sintiendo, y llegó a intuir lo que le pareció que eran algunas cosas que ella trató de explicarle, pero nunca estuvo seguro. Trató de hablar con las gaviotas, de hacer castillos para los cangrejos, pero todo era inútil, él no podía hacer lo que ella hacia. La llamó largas noches con sus pensamientos, sentado frente al mar, que parecía burlarse de él, indiferente. Decidió que era tiempo de volver. Cuando tomó esta decisión y dio finalmente la espalda a esa inmensidad de agua para regresar, creyó escuchar que alguien lo llamaba, susurrando su nombre, y se giró sobresaltado, pero estaba solo. Estaba solo de nuevo, completamente solo, y esa certeza se instaló en su alma de una forma terrible y dolorosa.

No podía soportarlo. El dolor era tan intenso que parecía consumirlo como un fuego ardiente. Se giró de nuevo hacia el mar. Estaba tranquilo y apacible, las olas lamian suavemente la orilla. Era como si nada extraordinario hubiera pasado ahí jamás. Se acercó con una idea descabellada y estúpida. Sintió el frio del agua en los pies descalzos. Avanzó con la vista fija en el horizonte, sintiendo una determinación inquebrantable. El agua le llegaba a la cintura, después al cuello, y después tenía que esforzarse para avanzar. La sentía como un abrazo, el frio había desaparecido. Comenzó a nadar con desesperación. Nadó por un prolongado tiempo, mucho, pero finalmente se agotó. Se giró, la orilla ya no se veía, no se veía nada más que el mar y solo el mar. Dijo su nombre en voz baja, con suavidad, y después en voz alta. Gritó. Nada sucedió. El cansancio comenzó a pesar en sus brazos y en sus piernas, sintió que ya no podía mantenerse a flote por más tiempo, y finalmente se hundió, sintiendo como el agotamiento lo dominaba y lo vencía. Tenía los ojos bien abiertos, estaba lúcido como nunca lo había estado en su vida, y finalmente vio algo que subía hacia él. Una persona, un rostro, una criatura del mar. Después todo se apagó.

Despertó con la cálida luz del sol alumbrando su rostro. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era un rostro, una mujer, una caricia. Ella, había sido ella, estaba seguro. Lo había sacado, no había dejado que la acompañara a las profundidades. Su cabeza estaba ligera y despejada. Se levantó. Podía sentir el viento y el olor del mar, escuchaba el sosegante sonido que producía, su cabeza vacía de pensamientos, compartiendo la calma de esa playa ignota y desierta. Se dio cuenta de que había algo a lado de él. Era una caja pequeña. Estaba hecha de una madera marrón, suave al tacto, y tenía grabados en toda su superficie representando una infinidad animales marinos que parecían fluir y moverse mientras los miraba. Tal vez lo hicieran. Abrió la caja. Estaba llena de arena, una arena blanca y brillante, casi plateada. Metió la mano y pudo sentir que había algo enterrado en ella. Sacó una concha de un color indefinible. Parecía blanca, azul, verde, amarilla, todo ello a la vez…era un hermoso objeto. Se alargaba en bellas formas espirales, terminada en una filosa punta. La contempló un largo rato, asombrado por algo que no sabría decir que era, como si algo nuevo se hubiera posado en su mente, y repentinamente supo que representaba ese regalo. Una promesa, no. Una despedida, no. Un recordatorio, no...era todo eso y más, decenas y decenas de de conceptos e ideas se formaban en su mente mientras su mirada recorría las elegantes espirales. Se levantó lentamente con una sonrisa en el rostro. Al fin lo entendía.


Si alguna pueden ir a visitar el mar, y por casualidad ven a un hombre sentado en la playa mirando hacia el océano con la mirada perdida, como si estuviera esperando, puede que sea él. Aún sigue esperando la llamada del mar, una llamada que muy dentro de él sabe que nunca llegará, pero que seguirá esperando. Y si alguna vez reciben una llamada parecida, síganla sin temor, sin dudas, si cuestionarse nada. Estoy seguro de que pase lo que pase, el viaje y la experiencia valdrán la pena.
 
Antiguo 20-mar-2013  

Que cuento más malo, por favor, devuélveme 2 minutos de mi vida...



Ayyy, la de un pirata es la vida mejor
Se vive sin trabajar !!!
Cuando uno se muere con una sirena se queda en el fondo del mar
Siiii, se queda en el fondo del mar

Ayyy, la de un pirata es la vida mejor,
es siempre muy divertida.
Vivimos borrachos y somos muy machos
y no nos preocupa la vida,
ayyy, y no nos preocupa la vida.
Lalala lalala

Se acerca el verano

Última edición por Tarod; 20-mar-2013 a las 18:47.
 
Antiguo 20-mar-2013  

Es genial. A mí me ha gustado mucho . Me han dado ganas de ir a la playa a jugar con los cangrejos y dar abrazos a las olas levantiscas .

En serio, está muy bien. Tiene un tonillo al estilo de Patrick Rothfuss, inluso.

Sigue escribiendo.
 
Antiguo 20-mar-2013  

Cita:
Iniciado por Tarod Ver Mensaje
Que cuento más malo, por favor, devuélveme 2 minutos de mi vida...



Ayyy, la de un pirata es la vida mejor
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Se acerca el verano
¿Sale cthulhu en el cuento? XD
 
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