Me llamo Josep, tengo 30 años y soy de Barcelona. Siempre me he sentido un poco solo, quizás por mi carácter introvertido. Me hubiera gustado ser más abierto, relacionarme más con la gente, saber sacar el genio cuando hace falta... De pequeño me costava integrarme con los otros niños, unas veces por verguenza y otras por miedo a ser rechazado, a no caer bien. Y este carácter a menudo me hacía el centro de las burlas o las amenazas a la salida de la escuela... A veces me pasaba el tiempo del recreo caminando solo por el patio haciendo como si buscara a alguien, o bien mirando como los otros jugaban mientras yo hacía durar mi bocadillo para no sentirme desplazado.
Cuando comencé a ir al instituto tenia miedo de que todo se volviera a repetir. Pero ahora la gente era diferente, de otras escuelas, de otros pueblos... Tenía la oportunidad de ser un chico más, de tener amigos... Aunque el problema siempre ha estado más dentro de mí, en mi percepción de las cosas. Poco a poco me fui adaptando. Al menos mientras estaba en el instituto no me encontraba solo e hice algunos amigos.
Pero fuera de las horas de clase en el instituto, no me relacionaba con nadie. Temía con angustia que alguien me preguntara cómo había pasado el fin de semana, o alguno de los días en que se supone que todos salen de fiesta. A veces me preparaba las respuestas, inventándome situaciones pero si dar demasiados detalles, para no estar siempre diciendo que no había salido. Todo por no parecer un "bicho raro"... Por un lado sufría por esa soledad, por esa manera de ser que me impedía abrirme a la gente. Pero no hacía nada por evitarlo porque me angustiaba todavía más afrontar esa situación, estaba lleno de miedos, de sentimientos de inferioridad.
Y por si eso no fuera suficiente estaba el tema de mi homosexualidad, que todavía me lo ponía todo más difícil. Me preguntaba por qué me había tocado a mí la china, por qué no podía ser yo como cualquier chico. A base de inseguridades, de complejos, comenzaron a crearse en mí barreras mentales, asumiendo por imposible cualquier relación que no fuera simple amistad.
Los pocos amigos que tengo lo son desde la época del instituto. Por un lado está el grupito que nos juntábamos durante el recreo para ir a almorzar al bar i tomarnos unas cervezas. Y por el otro, los amigos que más tarde compartiríamos piso al empezar la universidad.
La época de convivencia con mis amigos de piso fue muy bonita. Con ellos me sentía a gusto. Mi vida dejó de ser tan monótona. Salíamos de fiesta de vez en cuando. Pero los estudios comenzaron a resentirse. Siempre he sido demasiado perfeccionista, poco pragmático, y prefería no presentarme a un examen antes que sacar un cinco pelado como mucho. Y la vida no es así.
Al final pude acabar pero para mí supuso más un castigo que un alivio. Me pilló en plena crisis económica y, lo que es peor, con una baja autoestima, que como el desodorante, no me abandonaba. Me encontraba vacío interiormente. Así que continué el segundo ciclo de la carrera, pero volvía a sentirme desplazado, sin ilusión. El tiempo comenzó a pasarme volando. Todos mis amigos comenzaban a hacer su vida, sus trabajos, a casarse. Me sentía un inútil, un parásito, sin iniciativa ante la vida. Y el paso del tiempo no hacía sino aumentar mi impotencia y hacer más difícil salir del pozo en el que estaba. Ver a los amigos sólo hacía que recordarme la mierda que era y por eso trataba de evitarlo.
Cada vez iba a peor. No tenía nada de lo que se supone que habría de tener a mi edad, ni trabajo, ni amor y encima huía de los amigos o conocidos para no tener que estar justificando mi situación. Últimamente no había noche que no acabara llorando. Lágrimas en la lluvia... Estaba realmente solo. Ni siquiera me atrevía a entrar en un chat, cosa que todavía no he hecho. Y como era de esperar llegó un momento en que me sentía tan triste, tan hecho polvo, que lo único que hubiera deseado es no haber nacido. Me costava incluso disimular mi estado de ánimo. Pero quería encontrar un motivo para echar adelante, para salir de esta situación...
A finales del 2001 me dio por leer la sección de contactos de una página web gay. Nunca me había sentido atraído a hacerlo porque dentro de mi cabeza ya estaba grabado que era imposible ninguna relación con un hombre. Pero a veces había algún contacto con el cual me sentía un poco identificado. Comenzó a crearse en mí la necesidad de conocer a alguien. Pensaba que todos mis problemas provenían de no haber afrontado mi homosexualidad en la vida real, de haberme limitado a vivirla sólo en forma de fantasías. De hecho aún no sé qué es estar enamorado, pero a veces fantaseo con el hecho de tener a esa persona a quien querer y con quien compartir las pequeñas cosas cotidianas que te hacen la vida más feliz.
Por primera vez en mi vida me pude acabar a tiempo las doce uvas de la Nochevieja. Y ya os podéis imaginar por donde iban mis deseos para este año. Así que me ilusioné un poquito con la idea de conocer a alguien, de encontrar ese revulsivo que me hiciera salir definitivamente de la situación en que me encontraba.
Un día, buscando en la sección de contactos de una página web me llamó la atención un chico de la provincia de Castellón. Contactar con los anunciantes no era gratuito, hacía falta efectuar un pago, pero el tío se lo había ingeniado para dar su dirección de correo en forma de enigma. Eso acabó de cautivarme e hice la prueba con la dirección que yo imaginaba que tendría. El resultado fue positivo. Comenzamos a enviarnos mensajes de correo. Era el primer chico gay que conocía. La verdad es que yo no sabía qué contarle, porque tenía miedo de ser rechazado. Tampoco estaba seguro de mis sentimientos pero finalmente me sinceré con él, le conté un poco mi vida. Es una persona excepcional. He tenido suerte con él. Para mí ha sido clave, me ha hecho entender que nuestros problemas los hemos de resolver nosotros mismos, que no podía contar con él como príncipe azul salvador pero sí como amigo y me ha aconsejado que pidiera la ayuda de un psicólogo. De hecho él también había acudido por problemas semejantes en parte a los míos.
Le hice caso. Primero me sinceré con una amiga de la época del instituto, que también es psicóloga. Para mí fue muy difícil dar ese paso pero lo hice. Me trató muy bien y me quité un peso de encima. Pero ella no estaba ejerciendo y además me dijo que siempre es mejor que los psicólogos no traten a los amigos y familiares. Decidí que iría a ver a un psicólogo.
La verdad es que ya no sé ni cómo comencé pero me ayudó mucho porque me iba dirigiendo con sus preguntas. Yo estaba en tensión, pero contento porque me trató muy bien. Sólo me emocioné a media sesión un poquito. Me dijo que tranquilo, que era normal, que si quería quedarme a solas un rato y me dio un pañuelo de papel. Pero yo le dije que no hacía falta y simplemente le comenté un poco por qué me había emocionado. Al final me dijo que todos los síntomas apuntaban a problemas de depresión y de ansiedad, en concreto de fobia social. En dos horas ese chico sabía más de mí que mucha gente en años, eso sí que era aprovechar el tiempo.
Cuando le pregunté a mi madre si ella podría pagarme un psicólogo rompí a llorar nada más decirme que sí. Mi madre también se puso a llorar al mismo tiempo y me dijo que por mi salud lo que hiciera falta, que ella ya sabía que yo no me encontraba bien pero no quería decirme nada por si me lo tomaba a mal. Estallé porque por primera vez estaba desnudando mi alma, reconociendo que tenía problemas, yo que incluso me aguantaba las lágrimas para que no me vieran llorar en las películas.
El día de la primera cita con el psicólogo me desperté de buena mañana, de los nervios que tenía y eso que me había acostado tarde. Bien, el caso es que aguanté medio adormilado un buen rato. No quería pensar, trataba de mantener la mente entretenida pero a medida que se acercaba la hora iba creciendo el monstruo del estómago. Total, que media hora antes ya estaba yo con el coche aparcado cerca de la consulta, esperando. No sabía cómo reaccionaría, porque estaba temblando como un flan. Me encontré mostrándole una sonrisa de cortesía mientras le daba la mano y se me presentaba. Fue más fácil de lo que pensaba porque al principio me iba pidiendo los datos personales y mientras tanto yo me iba estabilizando, que no quiere decir tranquilizando.
Tengo dos hermanas, las dos casadas. Lógicamente mi madre les habría contado el asunto del psicólogo a mis hermanas y a mi padre. Pero salvo ni hermana pequeña, nadie me había dicho nada. Me imagino que por no meter la pata. Pero yo sabía que todos lo sabían, así que pensé que lo mejor era decirlo claramente, para que no se pensaran que me escondía de nada y porque así siempre podría tener más apoyo familiar. Me sabía mal también por mi padre, también tenía derecho a saberlo de forma directa.
El día de San José siempre comemos en família. Así que nos reunimos como siempre. Yo tenía pensado decirlo a la hora del postre. Me habia imaginado la escena en todas las versiones posibles... A mí se me cortó el apetito, sólo con pensar en lo que tenía que hacer, pero comí algo. Incluso me comí un buñuelo que no sé ni cómo me lo pude tragar de parado que tenía el estómago. Pasaba el tiempo y yo no sabía como entrar en el tema, se me hacía violento y padecía porque sabía que si no me atrevía a hacer lo que había estado tanto tiempo pensando me sentiría peor, frustrado. Unos de mis cuñados ya estaba diciendo de irse hacía un rato. Así que tomé aire i me lancé sin paracaídas.
Sólo de oirme hablando ante todos ya me puse a temblar. No podía decir más de dos palabras seguidas sin tomar aire. Estaba temblando com si tuviera el párkinson y acabé llorando. A todo eso, conforme podía les iba diciendo que quería que supieran que había comenzado a ir a un psicólogo porque no me encontraba bien, que tenía depresión y fobia social, que yo ya sabía que todos los sabían pero que quería decírselo personalmente para que no pensaran que me escondía de nada y porque así tendría a quien recurrir. Me dieron palabras de ánimo. Mis hermanas y mi madre se habían emocionado, por lo que podía escuchar de su tono de voz, porque yo, entre que estaba tapándome los ojos mientras lloraba y que me había quitado las gafas, no veía nada.
Pero ahora venía la segunda parte. Y efectivamente, les dije: "Lo segundo que quiero deciros es que soy homosexual". Esto todavía fue más fuerte para mí, y estuve un rato llorando sin atreverme a levantar la cabeza ni mirar hacia donde estaban mis padres. Mis hermanas se levantaron a abrazarme, a besarme y a decirme que no me preocupara. Uno de mis cuñados me dijo que lo que yo hiciera no le importaba a nadie y yo le dije que tenía razón pero que yo quería que al menos los de casa lo supieran porque así me sentía más tranquilo. Me giré hacia mis padres y les dije "Mira, os ha salido el tiro por la culata", pero mi madre en seguida me dijo que para ellos yo era el mismo. Mi otro cuñado también me animó. A todo esto mi padre ni mu, estaba como paralizado, aunque no podia verle muy bien la cara porque yo no llevaba gafas. Me fui al lavabo para lavarme la cara con agua fresca y al volver me fui hacia mi padre y aprovechando que era el Día del Padre le di un beso, le felicité i como siempre me dió las gracias. Al darle el beso le noté las mejillas mojadas de haber llorado, pobre hombre.
Me senté un rato pero como estaba tan hecho polvo me fui a acostarme. Al día siguiente, al levantarme todavía estaba medio tembloroso, casi no me podía sostener en pie. Tenia miedo de volver a encontrarme cara a cara con mis padres pero con el tiempo ya me he acostumbrado.
En parte me siento extraño. Porque he salido del armario sin ni siquiera haber besado nunca a un hombre, pero pienso que hacía falta ir allanando el terreno y aprovechar los momentos más oportunos.
ÚItimamente estoy tratando de consolidar los amigos que tenía y de hacer más. Los malos momentos siempre se soportan mejor si tienes amigos, personas en quien confiar. El resto ya vendrá, todo en su momento. La vida es mas sencilla de lo que a veces pensamos.
Un abrazo, amigos.
febrero 2003