A veces, incomprensiblemente, como ahora, siento el aroma de los hueco. Me pregunto qué hice mal –poca cosa en realidad, pienso- y qué razones oscuras tiene mi fracaso. Intuyo también la necesidad de la indulgencia o de la comprensión y la forma de llevarla a cabo. No hay peor sensación que tener el pensamiento de qué nada te queda por ofrecer, que tu última gota de humanidad se secó hace tiempo. Y entonces añoras una falsa adolescencia que nunca ocurrió, la risa de los otros y hasta el último amor que ellos poseen (la posesión es la salvación de los cobardes, dicen) Tu tiempo no es el tiempo de los otros. Sólo transcurres como las estatuas pétreas y las oxidadas sombras de casa. No hay proyecto –quizás el de la supervivencia- ni rostro sereno en los sueños. El sueño se modela lentamente hasta que la muerte, confusamente, se vuelve apetecible y amable –ella no juzga- Qué contradicción, cuando no habrá consuelo ni redención entonces. Y vagamente, escribo unas notas ahogadas en el aire que de nada servirán. La felicidad –dicen- está en las pequeñas cosas y en el desapego a una sociedad materialista y violenta. ¡Qué poco saben –pienso- esos locos felices que todavía encuentran excusas, qué poco nos conocen, qué poco saben de la tristeza!