Aquí vá una bonita historia de un tema muy interesante.
El elefante encadenado
Cuando yo era chico me encantaban los circos y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención, el elefante.
Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo mantiene? ¿Porqué no huye?
Cuando era chico, pregunté a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta.
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. En aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente, muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a intentar y también el otro, y el que seguía... hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa ¡porque CREE QUE NO PUEDE!
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente si podía. Jamás.... jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados acientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo: No puedo... No puedo y nunca podré.
Muchos de nosotros crecimos portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.
La única manera de saber es, obviamente, intentarlo una vez más.
Esto es lo que se llama la indefensión aprendida.
Muchos pichicólogos han hecho experimentos con ratones sobre el tema, pero sobran estas chorradas.
En esencia, consiste en lo siguiente, y a mí me ha pasado yo creo que demasiado:
A lo largo de tu vida, empezando desde pequeñito, había una serie de cosas que querías, hacer, de metas que alcanzar, correctas o incorrectas, fuesen posibles o nó, pero por determinadas circunstancias, las personas que te rodeaban, te instigaban una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, que eso nó, que para tí eso no es posible, o que no te lo mereces, o que no es lo adecuado, o que no te conviene.
Entonces yo me frustaba, ¿y qué hacía? no puedo hacer nada, estoy indefenso ante el mundo, así que no me queda nada más que hacerme a la idea, acostumbrarme a la idea de que eso jamás lo conseguire.
¿y qué pasa entonces? que para no vivir amargado surge una idea de pasotismo, de conformarme con lo que tengo, de inhibirme ante todo, de deprimirde, de no luchar por nada, y surge así la apatía generalizada, el no hacer nada ni dejar que nada suceda, el conformarme de ir por donde quiere venir la vida, en definitiva, el deprimirte y no querer luchar.
El tema es muy difícil, has comprobado una y otra vez que cada vez que luchas por lo mismo no consigues nada, y tu cuerpo se adapta a eso, para seguir sobreviviendo, es lo que llaman indefensión aprendida, por mucho que luches por lo mismo, nunca lo vas a conseguir.
Es una pura realidad de la vida, algunos no les ocurre, a otros sí, la mayoría de su lucha no acaba en conseguir ningún objetivo que se han propuesto.