Tarde lluviosa y ajetreada. Me dispongo a ir a clases, la ansiedad horas antes de que comiencen las lecciones nunca falta.
Despierto y el maldito calendario me recuerda que hoy debo intetar apegarme a la norma social, ser esclavo del sistema. Con mochila y paraguas en mano, hacia las puertas del saber.
Iba media hora retrasado, y ya mi mente calculaba docenas de situaciones incómodas que pudiesen suceder al llegar; no se alejaban tanto de la realidad que me esperaba.
Me mojé hasta las bolas, llegué sudoroso y agitado a la universidad, sin certeza del aula que me correspondía, ya que era la primera vez que asistía a ese curso.
Logré hallar el número de aula, voy hacia ella, y con temor abro la puerta poco a poco. Por desgracia son el tipo de aula por la que debés entrar por el frente. Así que la silueta que logro definir en frente mío es la de mi profesor. -"Buuuuuuuuueenas (tono avergonzado), ¿es ésta la clase XXX? -Sí, tome asiento".
El aula se convertía en un pequeño cubo, y mientras mis ojos husmeaban los últimos lugares, las dimensiones del cubo se hacían más pequeñas. El horror... me tocó adelante, en el primer puesto.
"Bla, bla, bla", era lo que decía el profesor. Al parecer mi tardanza me había perjudicado, no lograba captar nada de la materia.
Soporté los primeros minutos, planeando mi escape. Todos parecían tan superficiales e idiotas. En el descanso, no dudé en tomar mi mochila y salir de ahí, "bueno, al menos no luce como un escape", eso fue lo que pensé.
Y cabizbajo emprendí el viaje a casa.
No soporto más las clases, no soporto más la gente. Es incómodo en sobremanera. Me gusta estudiar, pero en ese modo, simplemente no puedo.
No resisto más.
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