Qué tal.
Tenía varios años de no entrar al foro, y muchos tantos más desde que me suscribí. Tantos, que ya no recordaba ni la contraseña. Muchas cosas han pasado desde ese entonces: tuve algunas novias, estuve a punto de casarme con una de ellas, me gradué de una maestría y de un doctorado, pero sobre todo: superé mi fobia.
Ni siquiera me di cuenta de cómo pasó. Supongo que en algo ayudó la confianza que da el animarse a tener una pareja y ver que nuestro problema no lo es tanto; el confirmar que no es un estigma y que se le puede dar la vuelta al punto de que, poco a poco, le arrebatamos el control de nuestras vidas. Por supuesto no es fácil, el camino es largo pero no interminable y, eventualmente, se llega al destino. Yo tardé 17 años, la mitad de mi vida en ése entonces, en poder volver a sentarme en un restaurante a comer. Hoy, casi 3 años después, lo hago a diario y prácticamente sin problemas; y aunque la ansiedad vuelve de vez en cuando, ya es como una piedrita en el zapato que aunque molesta, sé que en su momento la botaré a la basura y me olvidaré de ella. Y lo sé, porque desde hace un buen tiempo mi mente ha estado ocupada en muchas más cosas que la maldita fobia: en el trabajo, en los proyectos, en la familia, en broncas con la novia, en rompimientos, en la vida. ¿Y saben? Créanlo o no, en ese recorrido por "la normalidad" me he dado cuenta de que hay gente que sin tener los problemas de ansiedad que nos han acongojado, está verdaderamente dañada: sin nada que le impida ser felices, deciden no serlo al tiempo que buscan joder a los demás. Y, a diferencia de nuestras fobias, ése sí que es un problema irresoluble y grave. No somos ningunos parias que no merezcan amor y afecto ni que estén incapacitados para darlo: solamente tenemos un problema que puede resolverse, aunque no sepamos ni cuándo ni cómo.
El próximo sábado, después de 11 años desde que se casó mi hermana, voy a ir a una boda. Más por inercia que por retroceso, me ha asustado en los últimos días acudir a la solemnidad del evento y mostrarme en su formalidad. Pero ésta vez no buscaré pretextos para huir: tengo toda la intención de ir y divertirme. No sé qué pasará, pero sí sé con toda seguridad que no será un viaje al pasado, sino un paso más hacia mí futuro, un futuro donde, como ha sido cada vez más común en mi presente, la fobia está prácticamente en el olvido.
El inconsciente nos habla de maneras extrañas, y tal vez me trajo esta noche aquí para darme cuenta de quién y cómo era, de quién soy ahora, y de la maravillosa promesa de quién y cómo seré en el mañana. Estoy aún lejos -pero cada vez más cerca- de esto último; pero también estoy muy -y cada vez más- lejos de lo primero.
No les voy decir que no pasa nada, que no se sufre, que no duele. Pero sí les voy a decir con toda la fuerza de que soy capaz que terminará; tarde o temprano, el dolor terminará. La única receta: manténganse vivos; aunque sientan que no vale la pena, que no tiene caso, manténganse vivos. Y la mejor forma de hacerlo es decidirse a tener una vida, con todo y fobia. Es posible, me consta.
Así pues, desde el fondo de mi corazón que sabe lo que sienten y lo que sentirán cuando la luz llene de nuevo sus caras, les dejo un abrazo fuerte y afectuoso. Ánimo: sí hay esperanza.